Al Rey Fernando VII, a quien le gustaba el billar, sus adláteres le colocaban las bolas de tal manera que siempre acertaba pese a ser un nefasto jugador. De ahí la expresión popular “así se las ponían a Fernando VII”. Del mismo modo a nuestra alcaldesa bien pudiera aplicársele este dicho por la forma en la que gran parte de la oposición municipal dispone sus bolas de partido en el tapete electoral frente a una jugadora que pretende revalidar su mandato de gobierno incumpliendo, una más, su promesa de antaño de no presentarse a la reválida en las urnas más de 8 años.

La alcaldesa bien merece el título de Ada Colau I por lo fácil que se lo ponen desde gran parte de la oposición política para se imponga en las próximas elecciones municipales. Es diestra en la gesticulación, la demagogia, la confrontación y en el manejo de los tiempos, y es siniestra en el sesgo ideológico de su populismo de izquierda extrema. Su destreza como gobernante queda en evidencia en su nefasta acción de gobierno. Y, a pesar de obtener el mayor rechazo en la valoración de los barceloneses según reflejan todas las encuestas, existe la percepción ciudadana de que volverá a ganar.

Fernando VII era un monarca absolutista y Ada Colau I regenta la ciudad de forma absoluta pese a que obtuvo la mayoría más relativa de nuestra historia democrática en los comicios de 2015 al alcanzar sólo 10 de los 41 concejales posibles, retroceder en su resultado electoral anterior y no ser ni si quiera la lista electoral más votada.

La alcaldesa regenta no dispone de mayoría absoluta, ni su gobierno con el PSC, pero en la práctica actúa como si la tuviera. Ha obtenido el respaldo jamás conocido para aprobar presupuestos, ordenanzas fiscales, restricciones de la actividad económica, etc. por una oposición, la mayoría, que cuando no ha votado a favor de sus propuestas se ha hecho perdonar con abstenciones vergonzantes. Nunca tan pocos, los comunes hoy en Barcelona, tuvieron tanto gobierno y lo gestionan de forma tan sectaria.

La inseguridad ciudadana, la suciedad, una circulación cada vez más caótica, la persistencia en la dificultad de acceder a una vivienda, la no atención digna y suficiente a quien más lo necesita son problemas que se han agravado, unos, y cronificado, otros, en los últimos años. En esta tesitura percibo más indignación ciudadana en la calle, en los barrios, y en sectores que no oposición política municipal.

Quedan seis meses para que se celebre el último pleno municipal antes de las próximas elecciones locales. Medio año aún de poder ejercer la actividad política de control, reprobación e impulso de la acción de gobierno y de Ada Colau I en los plenos municipales, comisiones o consejos de distrito amén de cuantas iniciativas procedan por escrito. Es el momento que los concejales que se dicen de oposición ejerzan como tales y se vislumbre una alternancia nítida en la ciudad. De no hacerlo, Ada Colau I estará en condiciones de continuar en su cometido y proliferarán más populismos cuando no opciones de cariz personalista.

El clamor de cambio en Barcelona debe corresponderse con una actuación contundente, responsable y rigurosa desde la oposición. Hay que constatar las carencias, engaños e incumplimientos de la alcaldesa, el deterioro y la pérdida de autoestima en la ciudad, y, en paralelo, hay que promover propuestas rigurosas que afiancen desde el ayuntamiento el empuje y la ilusión por la Barcelona que queremos.