Cuatro años después de haberles hecho saber que su presencia no le resultaba especialmente grata en el Salón de la Enseñanza, Ada Colau cambia de opinión sobre los militares -a la fuerza ahorcan- y les da la bienvenida a su ciudad, que también es la nuestra, para que monten un bonito hospital de campaña en el recinto ferial del que fueron desalojados en su momento. La cosa recuerda un poco a lo de Francisco Granados cumpliendo su condena en un penal que él mismo inauguró cuando cortaba el bacalao en la comunidad de Madrid, pero en versión inevitablemente chusca, como casi todo lo que sucede en Cataluña de un tiempo a esta parte. Supongo que, si se le preguntara a la alcaldesa por su cambio de percepción sobre las fuerzas armadas, diría que una cosa es dar mal ejemplo a la infancia con sus uniformes y sus pistolones -todo el mundo sabe que la mayoría de los niños se muere de ganas de jugar con las muñecas de sus hermanas, pero que esta sociedad machista se lo impide- y otra es arrimar el hombro contra el coronavirus. Pero lo cierto es que la actitud de nuestra querida alcaldesa deja mucho que desear: cuando todo va bien, que os zurzan, milicos; pero cuando vienen mal dadas, haced el favor de echarnos una mano, oh, dignos defensores de la patria…

En situaciones como la presente, es evidente que están fuera de lugar las pamemas antimilitaristas, pero también lo están en circunstancias normales: esperemos que Ada aprenda la lección para evitar futuros desplantes al ejército español. La verdad es que la veo capaz de recapacitar, pero no puedo decir lo mismo de la administración autonómica, cuya reacción ante la aparición de la Unidad Militar de Emergencias (UME) ha sido tan lamentable como previsible. Obsesionados con la siempre posible, según ellos, aparición de los tanques españoles por la Diagonal, nuestros ministrillos locales se han apresurado a hacer correr la voz, con la ayuda inestimable de los medios de comunicación al servicio del régimen, de que los militares vienen a ocuparnos con la excusa del coronavirus. Miquel Buch ha dicho que no necesitamos la ayuda del ejército y que, caso de necesitarla, ya avisaremos. Alba Vergès se ha referido a la UME como “no sé qué ejército”. Curiosamente, Quim Torra no se ha pronunciado al respecto, pero su única neurona solo le da para un tema y ahora está ocupada con ese confinamiento total y absoluto que nadie sabe muy bien en qué consiste y que, hasta hace un par de días, era perfectamente compatible con las obras públicas de la Generalitat, que seguían a su ritmo habitual.

Aunque obligada por las circunstancias, Ada Colau ha dado un paso hacia la cordura que los independentistas son incapaces de contemplar, dado que todo lo que viene de España es, por definición, malévolo y cargado de segundas intenciones. Alegrémonos como barceloneses y confiemos, aunque tampoco en exceso, que este gesto se enmarque en una mejora generalizada de su actividad política y social.