Quedan ya pocos días para las elecciones municipales, y aunque para muchos ciudadanos no se traten de unos comicios determinantes –hay casi un 30% de indecisos, según las últimas encuestas, que podrían en un porcentaje importante inclinarse por la abstención—lo que suceda en Barcelona será esencial para la ciudad, para Catalunya y también para el conjunto de España. El futuro económico del territorio catalán pasa en gran medida por Barcelona. Y ese futuro se asegura en función de los liderazgos que se puedan proyectar en los próximos años. Es lo que ha señalado el Círculo de Economía, con una advertencia muy clara: es necesario un proyecto que sea movilizador y que genere ilusión Y eso sólo se consigue con un liderazgo que sepa alinear los intereses del sector público con el sector privado.

Pensar a partir de los intereses distintos que existen en cualquier sociedad es sustancial para no caer en ilusionismos. El liderazgo debe ser público y eso se consigue con unas elecciones de las que salga un gobierno sólido, ya sea en solitario o de coalición. Y en el ámbito privado hay instituciones como el propio Círculo de Economía o la patronal Foment, o las asociaciones profesionales, o los propios medios de comunicación. Todos tienen un papel. Y la obligación de ese poder público es implementar proyectos que beneficien al conjunto, sin menospreciar a nadie.

Eso es lo que ha faltado en los últimos años en Barcelona y lo que debería cambiar a partir del próximo domingo, sin prejuicios ideológicos. El Círculo de Economía se ha centrado en esa carencia, en su nota de opinión antes de celebrar las jornadas económicas de cada año. Lo que pide es un proyecto que comprometa a tantos actores como “sea posible” y que reconstruya la maltrecha alianza entre el Ayuntamiento y el sector privado. ¿Qué hay intereses de ese sector privado? Claro, pero de lo que se trata es de aprovechar lo que cada uno sabe hacer bien, y trabajar para el máximo número de ciudadanos. En ese contexto está claro que una de las prioridades del próximo consistorio debería ser la vivienda, con todo lo que ello comporta, en colaboración con el resto de municipios del área metropolitana.

La posición del Círculo de Economía –una institución peculiar, porque no es una patronal, ni tampoco el servicio de estudios de una entidad financiera, ni una facultad de filosofía, pero tiene en cuenta todo ello—busca un difícil equilibrio que, se quiera o no, es imprescindible. Cuando pide que se huya del dogmatismo, lo dice en dos sentidos: ni el sector privado es siempre el malo de la película –algo que sí han interiorizado los comunes de Ada Colau—ni el libre mercado lo soluciona todo. ¿Puede una administración local como el Ayuntamiento de Barcelona promover vivienda pública, sin consensuar qué porcentaje debe ser vivienda social con el sector privado? Es lo que ha hecho Ada Colau en ese mandato, al fijar el 30%. ¿Debe el sector privado implicarse en beneficio del municipio? Sí, ‘debe’ hacerlo. Pero está en su derecho de pedir un acuerdo, un terreno de juego compartido, en el que ganen las dos partes.

A eso se refiere el Círculo de Economía. Pero para conseguir esos consensos, para que se pueda alinear todo el talento de una ciudad, es vital que haya un liderazgo claro. Y es lo que se reclama para la ciudad de Barcelona y para el conjunto de la política española. Esa forma de entender la política permitirá llegar a acuerdos en temas tan sensibles, decisivos y estratégicos como la ampliación del aeropuerto de Barcelona, teniendo claro cuál es el objetivo real: “conectar Barcelona con las zonas más dinámicas del mundo”, y, en ningún caso, el del aumentar “indiscriminadamente la conexión punto a punto y el low cost con destinos de corto radio”.

Saber qué se quiere, y cómo se puede conseguir. Es lo que pide la sociedad civil que desea influir. Y eso se traduce en liderazgo y en consensos entre todos, sabiendo que, ¡vaya por Dios! siempre habrá una lucha de intereses, legítimos, por otra parte.