El gran debate político y económico de los próximos meses se centrará en el aeropuerto de El Prat. Ada Colau seguro que pone todas las pegas del mundo. También la Generalitat. La alcaldesa porque pondrá el grito en el cielo por la contaminación y la Generalitat, el conseller Calvet, al menos, aunque el posible president, Pere Aragonés, se mantiene de perfil, está en contra porque hemos de proteger los patos que cada año llegan a La Ricarda, la laguna artificial, que no natural, que se ubica en los aledaños del aeropuerto, al lado del que fue Cuartel de los Carabineros, donde muchos de ellos morían de malaria por las picaduras de los mosquitos del Delta.

Esta actitud del gobierno catalán no tiene en cuenta que si se amplia la zona protegida se dará la puntilla a la producción agrícola del Baix Llobregat, la agricultura de proximidad que dota de muchos productos hortícolas a Mercabarna y dejará desértica la zona. O sea, se trata de proteger a los patos sin tener en cuenta el equilibrio del ecosistema agrícola. ¡Toda una herencia del conseller Calvet! Por su parte, la alcaldesa no solo no quiere ampliar el aeropuerto, sino que apuesta por reducir vuelos. O sea, poner a Barcelona en ese ostracismo provinciano, casi aldeano, que promueven los comunes. Guerra al coche, guerra al puerto, guerra al aeropuerto. Toda un boutade.

La situación se asemeja a aquella fanfarria que vivimos a principios de los años 2000. Queríamos un hub internacional pero nos encargamos, los catalanes, que El Prat quedara en las raspas. Ahora con nuestras administraciones al frente pretendemos perder otra oportunidad y, claro, para no reconocer nuestros errores acusaremos a “Madrid” del desaguisado. Pues no, la propuesta que está preparando AENA y que cuenta con el apoyo de los sectores económicos quiere poner a Barcelona en el mapa, que no se necesite ir a Madrid, a París o a Londres para hacer viajes transoceánicos. En conclusión, que El Prat sea un aeropuerto competitivo que aproveche la ampliación para llevar pasajeros más allá de Europa, y que lleguen pasajeros más allá de Europa.

La alcaldesa tiene clara su posición. No es no, y punto. Sin embargo, convendría que se analizara la contaminación. Durante la pandemia, el aeropuerto ha tenido tasas de contaminación similares a las que tenía en tiempos pretéritos. O sea, que el tráfico ha modificado en muy poco la contaminación, solo la acústica si acaso. Necesitamos una tercera pista que tenga capacidad para acoger aterrizajes y despegues de aviones de mayor calado, los utilizados para pasar los charcos.

Anclarse en la protección de aves o en la contaminación son las recetas de la decadencia. La Ricarda es un montaje y como tal se puede desplazar si los muy ecologeros, que no ecologistas, quieren que esas aves tengan un nuevo hábitat, pero bloquear una posibilidad de progreso no tiene demasiado sentido. Esta semana Foment del Treball ha salido en tromba pidiendo un acuerdo entre las partes, porque el acuerdo es, sobre todo, necesario para no perder otra vez el tren de la modernidad. No son las aves más importantes que los ciudadanos, ni más importantes que la potenciación de un polo económico. Si la alternativa es cerrar el puente aéreo como dijo Colau hace un año, más de uno se sonroja de la miopía municipal. En el Govern, Calvet ha cogido la bandera ecológica y tiene enfrente a Ramon Tremosa que se ha mostrado partidario, igual que la Cambra de Comerç. Josep Sánchez Llibre ha tenido la valentía de posicionarse en favor de una ampliación que reactivará la economía y generará empleo.

La polémica está servida. Deberemos decidir entre ser un referente internacional o ser un referente aldeano. Espero que la sensatez impere. O prosperidad o robar el futuro a las nuevas generaciones. Tenemos la oportunidad. Es cosa nuestra desperdiciarla.