Xavier Trias, que pretende ser alcalde de Barcelona en representación del partido de Laura Borràs, dice que será amigo de los coches. Trias es un buen hombre, afable e inteligente. Tres cualidades que no tienen todos los políticos, sean de su partido, donde abundan los enfadados con el mundo, sean de otras formaciones. Pero lleva muchos años viajando en coche oficial. De ahí su querencia por los vehículos contaminantes. Fue diputado, consejero y también alcalde. Cuando ocupaba la alcaldía el número de coches oficiales (los que utilizan los prebostes, con cargo al contribuyente) eran 30. El consistorio actual, cuya alcaldesa anunció en campaña que los eliminaría, conserva aún 13. Son muchos, aunque muchos menos que los que necesitaba Xavier Trias. Trias es también amigo personal del padre de un catalán conocido por sus colecciones de coches: Jordi Pujol Ferrusola. Su hermano Oriol, ¡vaya por Dios!, acabó fuera de la política por un oscuro asunto de tráfico de influencias relacionado con las ITV de los coches.

Ir en coche, sobre todo en coche oficial, tiene un grave inconveniente: aísla de la ciudad. Se pasa por su calles sin ver los adoquines que faltan; los alcorques resecos y llenos de cagadas de perro; la suciedad aquí y allá: las motos, bicicletas y patinetes que impiden andar tranquilo por las aceras; los pobres que duermen en los soportales. Un aislamiento que, para un señor de Barcelona (la Barcelona de la parte alta de la Diagonal) tiene la ventaja de evitar el contacto con esa chusma que, ¡pobres!, van andando de un lado para otro o como mucho en transporte público. Porque en esta ciudad que es Barcelona hay quien no tiene coche, aunque tenga que aguantar la reducción de espacio para el caminante, la contaminación, el ruido. Incluso los que tienen coche, se mueven a pie de vez en cuando.

Quienes acompañaban a Trias en el momento de definirse como amigo de los tubos de escape, señalaron que Barcelona debe recuperar la libertad de movimiento para el coche. Es un eslogan casi calcado de Isabel Díaz Ayuso, que reclamaba libertad para tomar cañas. Y es que hay gente que tiene un estrecho concepto de la libertad. Porque, por más que se busque en la declaración universal de los derechos humanos, no se encontrará ni el consumo de cerveza ni el de gasolina entre los derechos irrenunciables.

Los errores urbanísticos de Ada Colau y su equipo no deberían llevar a equívoco: los coches escupen gases que, además de pudrir los pulmones de quienes los respiran, apestan. Y no sólo eso: el rugido sostenido del tráfico es muchas veces insoportable. Y la velocidad, como dicen todos los estudios sobre la movilidad, mata.

No son pocas las ciudades europeas que están limitando el uso del coche privado porque provoca más problemas de los que soluciona. Sin embargo, en algo tiene razón Xavier Trias: la mejor medida para reducir el uso del automóvil no es la prohibición. Aunque deje de añadir que la verdadera solución es ofrecer un transporte público eficaz y de calidad. Barcelona, la ciudad central, no está mal servida, aunque admite muchas mejoras, pero el conjunto del Área Metropolitana presenta deficiencias apreciables. En buena medida, debido a que los gobiernos convergentes, de los que formó parte Xavier Trias, se dedicaron a impedir la red que reclamaban los municipios metropolitanos porque sus bolsas de votos estaban en comarcas menos pobladas. Y también porque los carlistas, de raigambre rural, han sido siempre enemigos de la ciudad.

De todas formas, conviene no dejar de lado la posibilidad de que Xavier Trias no sea, en realidad, tan amigo de los coches como ha dicho. Como tantos políticos dice lo que cree que quiere escuchar quien tiene delante. Cabe que dentro de unos días vaya a cualquier parte para defender todo lo contrario. No sería el único en practicar, no ya una doble verdad, como Averroes, sino una verdad múltiple, adaptable a cada caso.