En una gran ciudad el cruce de intereses es inevitable. Siempre habrá sectores contrariados con una política concreta del equipo de gobierno municipal. Y siempre habrá, claro, grupos sociales que aplaudan con ganas aquellas políticas que sirvan para realizar determinadas proyectos. En Barcelona es una evidencia, con la actuación de la alcaldesa Ada Colau, que ha beneficiado a determinadas entidades sociales. Hay, también, diferencias con el socio de gobierno, el PSC, que se ha decidido a mostrar su perfil propio para lograr la alcaldía en las próximas elecciones municipales en 2023. Pero lo que parece también claro ahora es que la ciudad recupera todo su esplendor, con la llegada del buen tiempo –a pesar de que en las próximas semanas podríamos volver al invierno meteorológico– y el impulso que aportará el turismo.

Barcelona crece, busca su propio camino, que ya no puede desprenderse de ese turismo europeo, norteamericano y asiático que se siente atraído por las experiencias que le ofrece una ciudad que lo tiene casi todo. Y Barcelona también está conectada desde hace unos años con el mundo tecnológico, con inversiones que no dejan de llegar y el talento internacional que se instala, porque ha percibido que se puede trabajar y al mismo tiempo ‘vivir’ con todas las comodidades.

El hecho de haber conseguido la sede de la Copa América de Vela, para 2024, puede ser el símbolo de la ciudad para una gran recuperación. La ciudad, sí, va a toda vela, aunque se haya instalado en el último año la idea de decadencia, porque las decisiones de la alcaldesa Colau no han sido acertadas y se ha dado la impresión de que Barcelona prefería ser una ciudad más pequeña, más tranquila, con menos ambición, en aras del medio ambiente y de una vida dibujada como bucólica.

Lo ha señalado en Metrópoli el presidente de la Cámara de la Propiedad Urbana, Joan Ràfols, al considerar que el crecimiento económico comporta, guste o no, más lío, más follón, más movimiento. Hay muchas ciudades tranquilas de provincia, donde se vive bien, pero donde no pasa nada y los reyes del lugar son los funcionarios municipales o de otras administraciones, que saben que tienen el trabajo asegurado.

La cuestión es que, pese a todos los problemas internos y las decisiones urbanísticas de los comunes, como esa superilla del Eixample que ha recibido un alud de alegaciones, la ciudad avanza y lo hará con intensidad en los próximos meses con esa recuperación turística. Los datos de la Semana Santa muestran una urbe pletórica, con hoteles y restaurantes llenos, con ciudadanos de muchas latitudes disfrutando de un entorno mediterráneo de primer nivel.

Se podrá criticar –y se debe hacer— lo que no funciona en la ciudad. Pero ahora se constata que el referente de las elites y de muchos colectivos no puede ser Madrid. Esa eterna comparación también es inevitable. Al margen de las singularidades de la capital española, sin embargo, hay que reflexionar sobre cómo crece Madrid y cuál es el espíritu que reina en la ciudad. La máxima que se ha instalado es que cada uno puede hacer lo que le dé la gana, que cualquier política regulatoria puede ser un corsé inaceptable y que hay que dar las gracias y la bienvenida a todo el capital latinoamericano que no quiere trabajar para cambiar las cosas en su casa. Venezolanos y colombianos, y cubanos de Miami quieren casas en el distrito de Salamanca, y montan negocios en la capital. ¡Y todo es un festival!

Un modelo, el de Madrid, que presenta casos como el de los comisionistas de las mascarillas en plena pandemia. Comisiones de cuatro millones, con contactos con el alcalde, José Luis Martínez Almeida. Y no pasa nada. Alegría. Al alcalde ya lo ha denunciado un particular por estafa, aunque él diga que el gran perjudicado es el propio Ayuntamiento de Madrid. Sí, tal vez todo ese escándalo acabe en nada. Pero refleja un estado de ánimo, unas conexiones que han existido siempre, una clase social extractiva que se beneficia –con un sistema democrático, con el anterior, y con el que haga falta— de sus buenos contactos con los que deciden las cosas al frente de las administraciones.

¿De verdad el modelo debe ser Madrid?