En medio de unas semi-vacaciones que pasaré en la ciudad, he decidido hacer el turista. Esta mañana he dado un paseo con la intención de visitar la Pedrera. Cuál no sería mi sorpresa cuando, al plantarme ahí, he visto unas pancartas que decían (en varios idiomas) «La Pedrera en huelga». Se me ha acercado una informadora y me ha entregado un panfleto, que ahora tengo delante de mí. Muy profesional, como si estuviera indicándome el horario del museo el fin de semana. Hemos charlado un rato y me ha explicado el porqué de la huelga. Lamento decir que la historia pueden imaginársela, porque la habrán visto y oído mil veces aquí y allá.

Me contaron los huelguistas que la Fundació Catalunya-La Pedrera decidió hace unos años sacarse de encima el engorroso servicio de atender al visitante. Se creó entonces Serveis Personals Transversals FCLP, que subcontrataría esos servicios. La huelga se dirige contra el trato que reciben los trabajadores subcontratados por esta empresa. No parece un buen trato.

Los trabajadores se quejan de contratos temporales en fraude de ley y, en la práctica, sin derecho a vacaciones pagadas o días de descanso debidos; también piden un calendario laboral anual, que especifique cuáles son las jornada laborales, los días festivos, etc., y que se respete el descanso semanal y la duración de las jornadas, que en ocasiones alcanza o supera las once horas diarias… ¡Cuántos empleos precarios no trabajan así! Leo que sólo existen dos taburetes, dos, en toda la Pedrera para los informadores, que permanecen de pie todo el santo día atendiendo a los visitantes, a veces a pleno sol. Añado, por mi cuenta, que mucho de estos visitantes carecen a menudo de la educación debida y que no cuesta nada pedir las cosas por favor y dar las gracias.

La empresa responde en los periódicos diciendo que la huelga les ha pillado por sorpresa, que no esperaban algo así y el etcétera habitual. No sé si se acordarán, pero el octubre pasado hubo una huelga de personal de museos; podían haberlo previsto. Los empleados del Auditori, el MACBA y el Museo Picasso, también un poco hasta las narices del trato que recibían, obtuvieron lo mismo que piden ahora sus compañeros de la Pedrera.

Estas quejas son un síntoma preocupante. El sector cultural hace tiempo que va muy mal, y el sector cultural, lectores míos, también son esta gente que les atiende en los museos o exposiciones, no sólo los actores, los escritores o los artistas. Están los informadores, los bibliotecarios, los restauradores, los técnicos de luz y de sonido, los de mantenimiento, el personal que trabaja en los archivos históricos, profesores de universidad, algunos con contratos harto precarios, y muchos más oficios y trabajos que considerar. Fomentar la cultura nos proporciona herramientas de análisis, crítica y discusión de la actualidad y plantearnos un objetivo como persona o como sociedad, pero también genera puestos de trabajo y oportunidades de negocio, no lo olvidemos.

Por el otro lado, el asunto de las empresas que subcontratan empresas que, a su vez, contratan a trabajadores de usar y tirar con contratos-basura es un tema demasiado conocido y del que tienen ustedes sobrados ejemplos, incluso entre las administraciones públicas. Yo mismo fui un falso autónomo en un ente público de la Generalitat, y arrastré contratos por obra y servicio en fraude de ley durante años. Mi caso no importa, pero importa que esa práctica sea ahora mucho más común de lo que era entonces, en prácticamente cualquier parte.

Los trabajadores de la Pedrera no han sido ni son ni serán los únicos que han alzado la voz en medio de un año excesivamente ruidoso. Sírvanse ustedes mismos un paseo por las calles de Barcelona y cuenten, uno detrás de otro, los carteles de liquidaciones, cierres, traspasos, locales en venta o alquiler… ¿Saben qué significa todo eso? ¿Se han parado a pensar en la necesidad, tremenda necesidad, que tenemos ahora mismo de personas inteligentes al mando, de políticos capaces de llegar a acuerdos con tirios y troyanos, de dejar a un lado las gilipolleces de costumbre, de sumar y ayudar, cuando hay tanto en juego? Piensen en ello, y luego atiendan a las principales cuitas de nuestros líderes patrios y vean por qué alzan la voz, por qué discuten, por qué hacen tanto ruido. ¿No será para disimular su incompetencia? ¿No se les cae el alma a los pies?

Tal y como está el patio, desde las barricadas de la cultura Schopenhauer nos parece un optimista desaforado.