Según publica este diario, tres cuartas partes de los barceloneses están a favor de una sana convivencia entre los taxis y los VTC. Yo también. Y no acabo de entender muy bien cómo es posible que esa convivencia se consiga prácticamente en todas las ciudades del mundo, menos en la mía, donde tenemos un cirio montado al respecto desde hace años en el que el principal damnificado yo diría que es el ciudadano medio, quien debería tener el derecho a elegir el medio de transporte privado que más le plazca y no verse metido en un fregado como el que enfrenta actualmente al sector del taxi con la multinacional Uber, de la que ha trascendido cierta información confidencial que no la deja en muy buen lugar. Lo mismo puede decirse de las arengas de Tito Álvarez, portavoz de los taxistas, que parece que cada mañana se vaya a la guerra. Uber recibe acusaciones de matonismo capitalista (verosímiles) mientras acusa a los taxistas de querer monopolizar el transporte urbano de viajeros y al ayuntamiento de ponerles palos en las ruedas (nunca mejor dicho). A ese 73% de barceloneses partidarios de la convivencia entre el taxi y Uber le gustaría que se llegara a algún tipo de acuerdo, pero el colauismo, como era previsible, ha tomado la vía populista para presentar la cosa como una nueva versión de la historia de David y Goliat.

Cierto es que Uber no ayuda recurriendo para sus tejemanejes con el poder a David Madí, liante máximo y ex guía espiritual de Artur Mas que no solo ha logrado salirse de rositas del prusés, en el que estaba metido hasta el cuello, sino que sigue ejerciendo de conseguidor para clientes que paguen bien. No es que Tito Álvarez me parezca un tipo especialmente fiable, y su ansia de protagonismo puede resultar irritante, pero si se le pone delante a un tiburón neo liberal (y lazi) como Madí, uno acaba de su parte porque considera al tal Madí lo peor de lo peor. Reconozco que no es un método muy científico a la hora de averiguar quién lleva la razón en estas trifulcas del taxi, pero considero a Madí un genio del mal, mientras que Álvarez solo me parece un señor que se ha venido arriba con la defensa de su colectivo y de su manera de ganarse la vida.

Creo que para empezar a arreglar este asunto no contamos con los portavoces más adecuados: Madí es un sujeto muy turbio, Álvarez es un pelín bocazas y a Ada Colau le puede la demagogia (más el terror a que los taxistas le monten un cristo importante, como los que ya han protagonizado anteriormente: de la misma manera que no ofende quien quiere, sino quien puede, la capacidad social de jorobar a tus vecinos no está al alcance de todo el mundo, pero sí de los taxistas). El sector del taxi necesita rebajar un poco el tono épico que tanto le gusta a su Tito. Uber no debería recurrir a gente como David Madí para conseguir sus objetivos, que, al parecer, son de dudosa legalidad. Y el ayuntamiento debería poner orden y pensar un poco más en esas tres cuartas partes de los barceloneses que aspiran a la convivencia entre taxis y VTC. Si esa convivencia se ha logrado en tantas otras ciudades, ¿por qué en Barcelona tendría que ser imposible?