Durante los meses del confinamiento, se han impuesto en Barcelona unas 50.000 multas por pasarse por el arco de triunfo diversas normas de seguridad ante la pandemia. El 60% de esas multas las ha puesto la Guardia Urbana, dejando el 40% restante para los mossos d´esquadra. No sé si se les ha ido la mano con las multas a nuestras fuerzas del orden, pero, en cualquier caso, se trata de un dinerito que le habría venido muy bien al ayuntamiento de nuestra querida ciudad, aunque solo fuese para comprar más pintura amarilla o más bolardos apaisados de esos para el carril bici con los que se tropieza Pilar Rahola y se pega unos morrones de cuidado (por cierto, ni asomo de disculpa pública por parte de la administración Colau ante este atentado contra la Voz del Régimen; solo un tuit de Janet Sanz diciéndole que a ver si se queja menos y cruza por el paso de peatones en vez de por donde le sale del níspero).

El caso es que el dinerito en cuestión ya nos lo podemos pintar al óleo porque la Generalitat ha establecido una especie de mando único recaudatorio y las multas de Barcelona se invertirán en cualquier rincón de Cataluña que le parezca adecuado al señor Torra o al secuaz de turno. Mucho quejarse del mando único español a la hora de afrontar la pandemia, pero la Gene hace lo mismo con el dinero de nuestras multas. Vamos a ver, los incívicos que han apoquinado son tan nuestros como la estatua de Colón, y ya que se han saltado las normas en Barcelona, lo justo sería que su dinero revertiera en Barcelona: las multas, para el que se las trabaja. Pero no va a ser así y no veo que el ayuntamiento haya puesto el grito en el cielo. Los nacionalistas siempre nos han tenido manía a los de Barcelona –¿una capital demasiado grande para un paisito tan pequeño, tal vez?–, pero soplarnos el dinero de nuestros ciudadanos más impresentables y egoístas ya es exagerar en el castigo. Ada Colau debería plantar cara y, por lo menos, llegar a un acuerdo con la Gene: la pasta de la Guardia Urbana, para nosotros; la de los mossos, nos la repartimos al 50%.

El ayuntamiento no se pronuncia. La alcaldesa debe tener otras cosas en la cabeza, aunque me temo que ninguna de ellas será el imprescindible desagravio popular a la cheerleader en jefe del prusés. Ya sé que le están buscando las cosquillas por todos esos contratos que reparte a dedo (preferiblemente, entre entidades de corte humanista dirigidas por algún amiguete), que se las están buscando a su fiel Janet Sanz por motivos similares y que los del Puerto de Barcelona han vuelto a atacar con lo del Hermitage, ese museo que, como indica la actitud de Colau, solo se levantará en la ciudad por encima de su cadáver, aunque lo haya diseñado Toyo Ito. Esta vez, los peseteros insostenibles del puerto sostienen que el museo aportaría unos 80 millones de euros entre inversión pública y privada y que daría trabajo a 377 personas, pero supongo que Ada se agarrará de nuevo a esos informes que encargó en su momento para que le dieran la razón, en la mejor tradición TV3.

Ya sé que los de Barcelona estamos mal vistos en la Cataluña profunda, pero esta nueva humillación crematística se me antoja una sobreactuación rencorosa que la Gene, francamente, nos podría haber ahorrado.