“¿Cuántas estupideces nos hemos tenido que comer con patatas mientras lo verdaderamente importante se venía abajo? ¿Se imaginan tantos trabajos y tantos millones desperdiciados en la tontería nacional?”, preguntaba Luis Soravilla en este diario. Se refería a la propuesta de que el fútbol de botones sea otro deporte nacional subvencionado de Cataluña. Presentada el mismo día de la huelga del personal sanitario, contó con el apoyo parlamentario de la CUP, ERC, Junts, Comuns y PSC. Y no es la primera vez que el articulista alerta de que “Barcelona ya es un campo de batalla entre tontos de un lado y tontos del otro”.

Además de las payasadas, estupideces y ridículos habituales de la costra municipal y la casta parlamentaria, otra comprobación de que la tontería se expande y se contagia ha tenido lugar en el edificio Walden 7. Obra de Ricardo Bofill catalogada como una de las construcciones más feas del mundo, una señora necesitada de sexo se ha perdido entre pasillos y escalinatas hasta que la rescató un hombre inteligente y buen consolador, según contó la muy lumbreras en su red social. Walden 7 fue la utopía de la autogestión, un hormiguero organizado con ideas futuristas y elitistas, y un símbolo de la gauche divine. El precedente de “la actual progresía idiota que vive alejada de los problemas que de verdad afectan a la gente […] y ofrece en bandeja de plata suficientes razones para la burla y el desprecio”, según Soravilla. Un picadero o una bombonera del pijerío que se lo podía permitir, como ha comprobado la barcelonesa en busca de amante en las afueras.

Para burla y desprecio ha sido el caso de la decena de activistas de la Cinètika de Sant Andreu que dieron su sí y su consentimiento para acostarse con un policía infiltrado. En el autodefinido “espacio okupado, anticapitalista, autónomo y feminista”, no detectaron que su amante era un agente que hacía esforzadamente su doble trabajo. Para mayor ridículo, lo han denunciado por ser un Casanova mallorquín, y para más pitorreo las apoyan Esquerra, Junts per Catalunya, PDECAT, la CUP, EH Bildu, BNG y sus cavernas mediáticas. Además, las supuestas feministas desconocen que la feminista de verdad, Simone de Beauvoir, escribió: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.

La misma semana, otro edificio de Barcelona ha obtenido el puesto número 62 de los más feos del mundo, según la lista Buildworld. Se trata de la Torre Agbar, que con sus 144 metros de altura y su forma fálica es un emblema de la arquitectura y el skyline de Barcelona. Y mientras derecha e izquierda cometen toda clase de despropósitos, el cronista oficial de la ciudad, Lluís Permanyer, ya publicó en 2004 La Barcelona lletja (Àmbit), un catálogo y hit parade de los edificios más horrorosos de la ciudad. Con más de doscientos casos y fotografías, se centró en el Eixample y Ciutat Vella, que desde entonces no han hecho más que empeorar.

Unidos en la tontería de derechas, izquierdas y centros, los vividores de la clase dirigente no saben dirigir, se creen originales cuando sólo son ignorantes que lucen aquella felicidad propia de botarates. Entre rebuznos y relinchos, su autoalabanza les envilece y llevan a Barcelona a ser una capital de tercer orden. Y únicamente demuestran que toda ciudad, por fea y tonta que pueda parecer, tiene el alcalde o alcaldesa que se merece.