Arcadi Espada publicó hace unos años un libro que tituló Contra Cataluña. Estaba convencido de que criticar al gobierno catalán de entonces (lo presidía Jordi Pujol, el defraudador) sería interpretado inevitablemente como un ataque a toda Cataluña. Pasa con frecuencia. Y no sólo les ocurre a los políticos en ejercicio, aunque éstos sean los
que más se quejan. El pasado fin de semana se pasearon por algunas ciudades grupos de moteros disfrazados de Papá Noel. Badalona los acogió; Barcelona los soportó, señalando previamente que mil motos circulando por la ciudad sin que sus conductores fueran a ninguna parte tenían consecuencias indeseables: aumento del ruido y de la
contaminación y dificultades en el tráfico normal. Los organizadores reivindicaron su derecho a circular por donde les dé la gana (que lo tienen), molesten o no, y añadieron que tenían un objetivo benéfico: recoger juguetes para niños poco favorecidos. No olvidaron destacar que las críticas eran críticas a la moto, no a su comportamiento
particular que, por cierto, ayudaba a que la ciudad superara ampliamente los límites de contaminación.

En Barcelona hay muchas motos. Y entre los conductores de estos vehículos los hay que respetan las normas y otros que se creen con derecho a todo. Criticar a los que se comportan como los reyes del mambo no es criticar también a los primeros. Hay mucha gente que está contra el mal uso de la moto, no contra las motos. Viene aquí a cuento un dato que facilitó el otro día Josep Anton Acebillo. Shanghai promovió el cambio de las motos de gasolina a las eléctricas con un resultado fantástico: la contaminación sonora de la ciudad bajó en cinco decibelios. Aunque, claro, las eléctricas no permiten los acelerones estridentes que se prodigan impunemente por las calles de Barcelona ni provocan el estruendo de algunos aparatos cuyos propietarios parecen empeñados en que los demás sepan que llevan algo entre las piernas.

Los motoristas vestidos de Papá Noel podían perfectamente recoger juguetes desplazándose en transporte público o añadirse a cualquiera de las otras campañas de recogida que se dan en la ciudad desde hace años e incluso décadas. Si además hubieran donado el importe de la gasolina para ese fin, el resultado hubiera sido cuantitativamente mayor y menores el humo y el ruido. Por cierto, nadie ha hecho público el resultado de la colecta ni cómo y cuándo se repartirá lo recolectado. ¡A saber!

Algunos motoristas sostienen que son una gran aportación a la convivencia de la ciudad porque si en vez de ir en moto fueran en coche los atascos serían mayores. Puro sofisma. ¿Por qué cambiar al coche en vez de al transporte público? Pero el asunto no es ése. Por supuesto que tienen derecho a circular por el espacio público, como cualquiera que utilice otro vehículo, pero a lo que no tienen derecho (aunque el ayuntamiento lo consienta) es a aparcar mal en las aceras; a moverse entre coches y furgonetas sin respetar las distancias de seguridad; a subirse al espacio de los peatones con el motor en marcha para llegar hasta donde desean dejar el trasto; a llevar tubos de escape que provocan un ruido excesivo y molesto, de día y también de noche; a conducir zigzagueando. Tienen los mismos derechos que el resto de la población. Ni uno más. Y las mismas obligaciones.

Tampoco los talleres de motos tienen derecho a ocupar metros y metros de acera. Además de perjudicar a los que van andando (que esos sí que no contaminan) son competencia desleal para los talleres que compran o alquilan más metros para no invadir el espacio público.

El gobierno de Ada Colau se ha llenado la boca anunciando nuevas medidas para facilitar los movimientos del más débil (el viandante) pero ha sido muy pacato a la hora de hacer cumplir las normas ya vigentes: apenas un tímida y reciente actuación en Gràcia. Bien está invertir en nuevos proyectos, pero hubiera sido (sigue siendo) mucho más barato hacer que se respeten las aceras. Porque los peatones respetan las calzadas. Lo malo es que ahora, además de las motos, la acera es también pasto de bicicletas y patinetes.

Es de suponer que la pasividad de la Guardia Urbana se debe a que siguen las órdenes de sus mandos. Esos mismos mandos que cuando van al Ayuntamiento para algún tipo de reunión utilizan el coche oficial. Un gran ejemplo para el resto de la ciudadanía. Como se ha dicho, éste no es un artículo contra la moto sino contra el mal uso y abuso de la moto.