Nuestros políticos en general adolecen de aquello de hablar y hablar sobre los problemas sin ser capaces de trasladar soluciones concretas en demasiadas ocasiones. Pero es cierto que, en muchos casos, lo de los diagnósticos no lo llevan mal del todo. 

No puedo evitar acordarme de la irrupción de Podemos en el escenario nacional. Fueron muchos quienes consideraron que sus postulados, aunque no hacían más que recoger el descontento general, acertaban en el diagnóstico. Apuntaban a los problemas que otros parecían obviar. Y evidentemente, en momentos complicados como los de entonces, hacer eso ya era hacer mucho. 

Pero tras ese ejercicio de análisis, muchos esperaban que llegaran medidas que permitieran dar solución a todas las problemáticas que señalaban. Y ahí es dónde vino lo más difícil. Porque detectar es relativamente sencillo. Dar soluciones tremendamente complejo. Más aún cuando no tienes experiencia en el mundo de la gestión de lo público.

Ahí vino el gran problema para Podemos y sus confluencias. En los lugares en que llegaron al poder, la ilusión llegó a tornarse desazón. Las promesas de cambiarlo todo que animaron a muchos, fueron quedando cada día más lejos. El día a día de las diferentes administraciones y sus limitaciones, hicieron que las grandes promesas quedaran incumplidas. Y la decepción derivada de ello hizo sin duda que muchos apoyos despareciesen. Porque lo de “necesitamos más tiempo” es complicado de asumir año tras año. Y probablemente eso no fue porque las mismas personas que compartían los diagnósticos dejaran de compartirlos, sino porque cuando uno promete cambios debe ser capaz de abordarlos en el momento en que gobierna. Por eso es necesario ser cuidadoso con los tiempos. 

Recordemos ahora otro espectro político que también ha terminado defraudando a muchos. El de la independencia en 18 meses. El de “ara és l’hora”, “ara sí que sí”, “ara sí que sí que sí” y así hasta el infinito. Y es que la promesa constantemente incumplida y las patadas hacia adelante aguantan lo que aguantan. Por lo general no demasiado. Porque las personas queremos resultados, y cuando no los obtenemos, antes o después, nos cansamos de esperar. 

En esto de gobernar no vale tan sólo con las buenas intenciones. Si uno quiere generar cambios de verdad que vayan más allá del relato vacío, necesita dos cosas: diagnóstico y gestión. Y para gestionar bien hay que saber hacerlo.

Permitidme poner un ejemplo ajeno a nuestra ciudad pero que refleja a la perfección lo que ha pasado en Catalunya durante mucho tiempo. Esta última semana hemos vivido una importante polémica con la ley del “solo sí es sí”, la medida “estrella” de la ministra de Podemos Irene Montero. Una medida que, si bien bajo mi prisma parece acertar con el objetivo general (endurecer las penas para buena parte de los supuestos), ha resultado ser un desastre al reducir otros supuestos que han hecho que a día de hoy haya condenados que tengan la opción de revisar sus actuales penas a la baja. 

¿Tenía la ministra intención de que esto sucediera? Seguro que no. Pero… ¿qué ha hecho al percatarse del error? Cargar contra los jueces. En lugar de asumir que quizá haya algo que se haya hecho mal, la salida de la ministra ha sido la de culpar al "machismo" de los jueces por el hecho de que, según ella, se aplique mal la ley. 

Sin ánimo de entrar en la polémica en concreto, sí me parece interesante ver qué acaba sucediendo cuando alguien que acierta en el diagnóstico (la necesidad de reformar el código penal) acaba trasladando mal la solución. La respuesta no suele ser la de asumir el error y buscar el modo de solventarlo. La reacción normalmente es la de buscar un enemigo al que culpabilizar para escurrir el bulto. En este caso los jueces, en el caso del independentismo al Gobierno español y en muchos otros a colectivos como los empresarios, los sindicatos o el que toque en cada momento. 

Esta forma de proceder no solo es mezquina, sino que sobretodo es irresponsable. Cuando nuestros representantes públicos dañan la imagen de una institución democrática simplemente para cubrirse las espaldas, nos hacen un flaco favor como sociedad. De hecho lo que hacen es mermar todavía más la credibilidad en nuestras instituciones, cosa que hace que muchos ciudadanos y ciudadanas vivan confiando cada día menos en nuestro país.  

Vivimos en un país en que abundan aquellos que son capaces de acertar en los diagnósticos pero sin embargo, yerran con las soluciones. Luego están también aquellos que sesgan hasta el diagnóstico, pero a la mayoría ya los conocemos. 

Me contaban hace un tiempo que Raimon Obiols decía a menudo que en política había que diferenciar entre “mejoradores” y “empeoradores”. ¡Cuánto empeorador tenemos en el Ayuntamiento y que falta nos hace que sigan trabajando los mejoradores! Pero es importante que sigan trabajando teniendo muy claro que, tras acertar en los diagnósticos toca acertar en la gestión. Y que si uno se equivoca, no debe tener ningún miedo a reconocerlo. Sólo así se es capaz de seguir avanzando.