La huella que ha dejado el paso de Manuel Valls por Barcelona tiene tres rasgos fundamentales. El primero fue el anuncio de su aterrizaje, que despertó enormes expectativas entre quienes echaban en falta a alguien capaz de gestionar la ciudad alejado de la olla de grillos en que el procés había convertido la vida política catalana.

El segundo y fundamental fue el gesto de convertir en alcaldesa a Ada Colau, pese a la enorme distancia que les separaba. Aquel apoyo, inédito y sorprendente, fue probablemente un hito que los intereses y los complejos han impedido que se valorara como merecía.

El tercero, el peor, fue la frivolidad de abandonar la ciudad sin agotar el mandato, algo que contrastó con el valiente pasebola a Colau para impedir que el independentismo gobernara también la capital del país. Es más que probable que esa marcha atrás de su aventura barcelonesa se haya convertido en un lastre para sus posteriores reincursiones en la política francesa.

Parece que esa nueva forma de pseudo compromiso, de estar sin estar, de moverse con una eventualidad banal y desconcertante, se impone. Sandro Rosell, expresidente del Barça y presunto candidato a la alcaldía de Barcelona en las elecciones del año próximo, anda deshojando la margarita mientras busca padrinos para su salto a la política con un proyecto que se regiría por criterios puramente técnicos, sin política.

Más que esa ingenuidad de querer hacer política sin la política, lo verdaderamente naïf de Rosell es su afirmación de que pretende ser alcalde de Barcelona, pero no concejal. Si no obtiene votos suficientes para sustituir a Colau, ha dicho, renunciará al escaño del pleno municipal y volverá a sus negocios.

Lo mismo acaba de afirmar Xavier Trias, que encabezará la candidatura de JxCat, pero sin ser bien bien JxCat. Asegura que si no puede ser alcalde, tampoco agotará el mandato como regidor.

Poner condiciones a los electores es un error brutal, sobre todo a la vista de que las que puso a su partido para liderar la lista barcelonesa se han evaporado. Pero es que además raya en el desprecio a los demás candidatos. En teoría, todos los cabezas de lista aspiran a la vara de mando, aunque en el caso de Barcelona solo cuatro de ellos tienen verdaderas posibilidades. ¿Qué pasaría si, por sistema, los otros tres dejaran sus puestos de ediles tras no ser elegidos alcalde?

Es como una tomadura de pelo, una trivialidad digna de los nuevos aires que de nuestra política. ¿Cómo pueden valorar los barceloneses a candidatos que solo se comprometen a representarles si consiguen la alcaldía? Trias se propone como primer objetivo desplazar a Colau, pero, de momento, su campaña no podría ser más favorable a la alcaldesa.