Poco después de ser nombrado como quinto asistente de la eurodiputada a la fuga Clara Ponsatí (que ya dispone de otros cuatro en Bruselas, me pregunto para qué; nuestro hombre se supone que debe echar una mano desde Barcelona), la interfecta se presenta en la capital de Cataluña (la oficial, ya que la de verdad, como bien sabe Quim Torra, es Girona) y es detenida por la policía autonómica (aunque su principal mandamás, Joan Ignasi Elena, se disculpa por el arresto, cosa que nadie en su lugar hace cuando se le echa el guante a un delincuente). Que alguien te de un carguito y a los pocos días lo detengan puede otorgar cierta fama de gafe al ungido por el poder (un poder relativo, pero ustedes ya me entienden). Para compensar, eso sí, Graupera se plantó en Perpiñán para recoger a su jefa y hacerle de chófer (o copiloto, no ha quedado claro) en su regreso triunfal a Barcelona (un cometido que recuerda bastante al del cupaire David Fernández cuando ejercía de embajador plenipotenciario de Arnaldo Otegi en sus visitas a Cataluña). El martes, día de gloria de la siempre enfurruñada señora Ponsatí, lo fue también para el señor Graupera, entrevistado a bombo y platillo en el inefable show lazi Mes 3/24 que presenta ese pilar del régimen que es Xavier Graset (previamente, el Tele Noticies había dedicado más de veinte minutos al caso Ponsatí), a cuenta de su último libro, La perplexitat, y de su rol de testigo privilegiado del retorno de la hija pródiga del procesismo. Y como nadie establece ninguna relación entre la detención de Ponsatí y el cargo de asistente a distancia que le cayó a Graupera algo antes, aquí estoy yo para sugerir la posibilidad de que nuestro hombre sea un gafe de cuidado.

Jordi Graupera i García-Milà (Barcelona, 1981) es, para quienes nunca hayan oído hablar de él, un periodista, profesor y tertuliano con aspiraciones filosóficas que pasó una larga temporada en Nueva York, primero con una beca de la Caixa y luego dando clases en el St. Francis College y, posteriormente, en la NYU, mientras ejercía de protegé de Xavier Sala i Martín, también conocido, gracias a sus pintorescas chaquetas, por los alias de El economista fosforescente o, según Jordi Cañas, El payaso de Micolor. Prueba evidente de que, pese a lo que dijo Baroja, el nacionalismo no siempre se cura viajando, el señor Graupera volvió a Cataluña más lazi de lo que se había ido.

Tras una etapa viviendo a costa de los medios de agitación y propaganda del régimen, dio inicio a sus planes políticos de world domination, que no le salieron muy bien, puede que porque ya era gafe cuando montó el grupúsculo Primaries Barcelona y se presentó en 2019 a alcalde de la ciudad, consiguiendo la friolera de 30.000 votos (y una reducida base de fans cuyos principales representantes eran los columnistas Bernat Dedeu, un tipo muy simpático que dice que es filósofo, aunque no se le conozca obra alguna, y que intentó, sin éxito, presidir el Ateneu Barcelonés como primer paso en la conquista de Cataluña, y Enric Vila, un orate con fama de serlo incluso entre los suyos cuyas columnas en El Nacional me pirran gracias a mi interés de siempre por las mentes perturbadas).

Tras el desastre de Primaries Barcelona, que me sirvió, eso sí, para referirme siempre al candidato como El primario Graupera (¿acaso no existen el sociata Illa o el republicano Maragall?), nuestro hombre entró en una aparente fase de letargo de la que le sacaban cíclicamente los hermanos Tonetti del lazismo (Dedeu y Vila, con la participación esporádica de Salvador Sostres, convertido ya en un titán de la prensa española de derechas). Dicho letargo lo iba entreteniendo con sus tertulias, hasta que una vieja amistad con Clara Ponsatí le hizo acreedor de ese chollo consistente en cobrar de alguien que no tiene nada que hacer y sin moverse de Barcelona (salvo para hacerle de acompañante a la lideresa cuando a ésta le diera por darse un garbeo por Cataluña, como sucedió el otro día).

El procesismo está trufado de cargos-chollo que nadie sabe muy bien para qué sirven, más allá de garantizar un buen pasar a los afectos al régimen, pero de ahora en adelante, creo que los mandamases de la causa deberían pensárselo un poco antes de recurrir a los servicios del primario Graupera, no los vayan a detener.