Resulta curiosa la cantidad de artículos que leo prácticamente a diario acerca de la precaria y triste realidad de nuestra Barcelona. Y no falta razón: hoy la política no es más que un juego de marketing que domina sobre todo la desinformación y el interés partidista. Poco más. Barcelona es hoy una muñeca de poder, un as de corazones con el que todos quieren jugar e intercambiar intereses y claro, ante este desastre, el caos es monumental y nada funciona. Mucha labia, pero cero soluciones. El último drama conocido son los datos inasumibles de betevé.

Es obvio que existe un completo desconocimiento social de cómo se distribuyen nuestros recursos públicos y de ahí que Barcelona no pueda apartarse ni un milímetro de la buena gestión. ¿Y por qué hemos llegado hasta aquí? Fácil: hemos aniquilado la iniciativa privada, el motor de Barcelona, tan simple como eso. Este gobierno populista antisistema se ha desentendido activamente de aquello que nos daba riqueza y ahora recogemos lo sembrado con unos niveles de especulación y pobreza terribles. Son datos.

Y su segunda derivada es que Barcelona ya no soporta ni más populismo ni más ideología. Esta ciudad necesita ser gestionada por profesionales, con un gran proyecto de futuro que nos sitúe a la vanguardia de todo e impulsado por personas que tengan una profunda capacidad de gestión en recursos públicos y privados. Si no somos capaces de entender que esta política municipal no funciona, que ha colapsado y que se necesita un cambio disruptivo real de arriba abajo en la gestión, entonces Barcelona no tendrá ninguna otra posibilidad que acabar en el provincianismo más mundano.

En estas elecciones del 2023 Barcelona decide mucho más que su futuro: va a decidir qué quiere ser y eso solo dependerá de lo que decidan los barceloneses. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí: somos una sociedad tan única que no podemos renunciar ahora a liderar el municipalismo siendo la mejor ciudad del mundo. La gestión con personas que de la nada lo crean todo se llama talento y este talento es el que hay que poner al servicio de todos. El salto es cuántico, inimaginable, aunque la vieja política trate de ocultarlo. Nuestro desafío debe ser poder crear una conciencia colectiva hacia un nuevo proyecto social y económico de todos llamado la GRAN BARCELONA.