En la calle de Anglí de Barcelona se reúne periódicamente un grupito de mujeres con cara de vinagre y unas pancartillas que claman contra el aborto. Aunque, si bien se mira, claman contra las mujeres que creen que la ley les da derecho a decidir si quieren abortar. Lo hacen ante una clínica donde algunas ciudadanas ejercen su libertad sin imponer nada a las demás. No se conoce ningún caso en el que alguien que defienda el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo haya obligado a abortar a quien no lo deseaba, más allá de las indignas tonterías de Ángela Rodríguez Pam. 

Hace unos meses la Generalitat denunció ante la fiscalía a estos colectivos intransigentes, pero cada dos por tres vuelven a la carga. Una de sus acciones conocidas es organizar plegarias en la catedral para que su Dios impida este tipo de prácticas, incluso a los que no creen en ese Dios. Es su forma de defender la libertad con el apoyo del obispado, que se ha apresurado a explicar que, por intolerantes que sean los antiabortistas (no los ha llamado intolerantes), sus propuestas coinciden con las del catecismo. Pero hay cierta diferencia entre recluirse en un lugar que, gracias al PP, es propiedad de la Iglesia y plantarse en plena calle para incordiar a las personas que no coinciden con sus creencias. Unas creencias que algunos consideran pura superstición, en la medida en que tienen el mismo aval científico que el tarot o los horóscopos. Aunque, sea como sea, tener comportamientos irracionales no es delito. Acosar a otras mujeres, en cambio, lo parece.

Lo llamativo es que estos creyentes dicen actuar en nombre del mensaje contenido en la Biblia. Eso sí, leyendo sus propios libros sagrados como les da la gana. Por ejemplo, en uno de ellos figura un mandato explícito: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo, 7, 1). Un precepto que estas individuas se permiten el lujo de desobedecer, pese a creer que procede de su Dios. Y no sólo se permiten juzgar, se creen también en el deber de condenar. Y eso que el mandato está al lado de la recomendación de no buscar la paja en el ojo ajeno teniendo una viga en el propio. Si existe un infierno, es muy probable que las portadoras de pancartas acaben en él porque, además de incumplir las normas evangélicas, ignoran totalmente la no menos evangélica exigencia de practicar para con los demás la piedad y la misericordia.

Por cierto, esas creyentes que no transigen con que haya mujeres libres pertenecen a la misma secta del obispo de Solsona que se va a dedicar a pasear una estatua para que llueva. Como casi siempre en estos casos, ha sabido esperar y ponerse la estadística a favor. Es evidente que cuanto más tiempo haga que no llueve, más probable será que en algún momento lo haga. Si el agua llega, el mérito es para la imagen; si no llega, siempre se puede aducir que su Dios anda cabreado por el comportamiento de hombres y mujeres que no le hacen caso ¡Pecadores! Por suerte, ese Dios amantísimo no aplica de momento por aquí la solución que le pareció buena en Sodoma y Gomorra.

Llama la atención la tendencia de ciertas personas a leer los textos según propia conveniencia. Ada Colau, por ejemplo, ha buscado en la letra pequeña de los estatutos de su formación para poder presentarse a un tercer mandato. Alberto Núñez Feijoo, por su parte, ha interpretado los del Partido Popular como le ha dado la gana para decidir que la prevaricación supuestamente perpetrada por Xavier García Albiol no tiene nada que ver con la corrupción y, por lo tanto, no hay que hacer caso a las normas que ellos mismos se dieron para abrirle un expediente y no presentarlo como cabeza de lista en Badalona, aunque un juzgado que el PP aún no controla haya decidido que había que juzgarle.

¡Qué gran ventaja esa de poder leer! Permite saber lo que los textos dicen y lo que no dicen. Además, en el caso de los creyentes, tienen la suerte de que, cuando tienen una duda sobre la interpretación de sus escrituras, va el Espíritu Santo y les ilumina. O les deslumbra y les ciega, como dicen que dijo Eurípides, que hacían los dioses con aquellos a los que querían perder. De momento parecen perdidas esas mujeres, amantes de la Inquisición y que rezan para recuperarla.