El título que le he puesto al artículo tiene vocación de metáfora. Figura retórica infinitamente usada para sustituir literariamente agentes y objetos, en busca de un significado lo suficientemente evocativo para compartir lo que se quiere explicar y entender. En nuestro caso, los barrios son entornos, enclaves, lugares concretos que no serían barrios si no estuviesen colonizados por personas habituales. Pero los barrios son mucho más que la suma de las personas que allí habitan, un barrio nos traslada directamente a la idea de comunidad, es decir, a un ente que despliega características propias sobre la colectividad.

Un barrio tiene habitantes y residencias, pero también tiene espacios públicos para ser usados, para llenarlos de vida en común, para que surjan complicidades, empatías y ayuda mutua. Tiene comercios que, además de disponer de bienes y servicios necesarios a la vecindad, ejercen de catalizador de las rutinas cotidianas. Un barrio tiene casales, escuelas y centros sanitarios que acostumbran a ser bautizados con su topónimo. Prestan servicio a los habitantes, pero también se convierten en sus espacios, en lugares propios, en núcleos neurálgicos para el intercambio vecinal.

Desde hace un tiempo para acá, los barrios de Barcelona están sufriendo múltiples ataques que intentan vaciar el arraigo comunitario de su nomenclatura. Sufren de un empuje decidido por parte de especuladores y financieros, para que dejen de ser el latido principal de la ciudad que conocemos. Dejar de ser Barcelona quiere decir que te expulsen de ella, como está sucediendo con la vecindad de la mayoría de los barrios céntricos; que el entorno deje de ser habitado por barceloneses y barcelonesas, que se conviertan en lugares más fáciles de visitar que de habitar; que su ciudadanía sea empujada a la subsistencia, como bien demuestran los datos de precarización laboral. Dejar de ser Barcelona significa, en definitiva, que los barrios acaben sobrando, que el urbanismo, los servicios, la vivienda o los equipamientos se vuelquen sobre lo global y acaben olvidando lo local.

Podemos pensar en barrios que sirven como ejemplos perfectos de lo que les explico… Durante todos estos años de crisis socioeconómica que seguimos sufriendo, Ciutat Meridiana se ha mantenido cada año a la cabeza en toda España como el barrio que más desahucios acumula, convirtiéndose hoy en día en un territorio apartado de la ciudad, desintegrado y con una situación social insostenible y niveles de exclusión social inenarrables. Los barrios de Ciutat Vella, especialmente la Barceloneta y el Gòtic se han convertido en iconos turísticos sin más, repletos de tiendas de souvenirs, pisos de AirB&B, legales y, sobre todo, ilegales; manadas en patinete, comida rápida y cortados a 2€, etc.

CONTRA LOS FONDOS BUITRE

El Raval encuentra una nueva modalidad de reconversión de viviendas en establecimientos. Como sucede con los pisos turísticos, ciertas mafias de narcotraficantes han decidido instaurar dispensadores y almacenes en pisos del vecindario, olvidando que esos lugares fueron concebidos para dar cobijo a la gente y no cobertura a sus negocios. Poble-Sec (entre otros), invadido por terrazas hosteleras a precios irracionales que acaban perturbando el descanso vecinal. Gràcia, l’Eixample, Sant Antoni, Sants o el Fort Pienc se han convertido en territorios fetiches de fondos buitres que buscan comprar edificios enteros, echar a sus inquilinos y remodelarlos como vivienda estacional. Barrios que soportan la ola especulativa empeñada en hacer de Barcelona un lugar ideal para hacer negocios y que deja en un plano residual su capacidad para ser habitada.

También acaba cercenada la esperanza de prosperar en nuestra ciudad. No solamente es la insoportable burbuja inmobiliaria insuflada desde la planificación gubernamental a nivel estatal y los impagables precios del alquiler que están sufriendo las principales ciudades españolas, sino también las inmensas dificultades para iniciar ideas empresariales o cooperativas, sobre todo, si atendemos a los precios de los locales comerciales. Un local medianamente digno en algún lugar de l’Eixample, por ejemplo, puede superar los 10.000 euros mensuales y las condiciones de apertura pueden ser, directamente, ingestionables. Los salarios continúan a la baja desde 2007, la temporalidad se ha disparado y el paro sigue por encima de los niveles habituales. Con estas condiciones, la gente de los barrios lleva tiempo buscando alternativas y una que gana enteros en los últimos años es la de marchar de la ciudad, dejar de ser Barcelona.

Pero desde hace un tiempo, concretamente tras el 15 de mayo de 2011, comenzó a dejarse notar un movimiento cada vez más numeroso de comunidades que consiguen resistirse a dejar de ser de Barcelona, que plantan cara a la expulsión y la precarización. Porque solo construyendo la vecindad desde la cotidianidad y haciendo posible formas de vida que puenteen la hegemonía de lo mercantil se consigue posibilitar que las comunidades barriales existan, perduren, se protejan y se cuiden. Seguir siendo Barcelona depende de nuestras manos, ingenio y empatía para evitar que la fuerza de las finanzas nos arrebate nuestro derecho a convivir y construir la ciudad que nos ha visto crecer.