Pese a los esfuerzos del mundo independentista por decir lo contrario, los acontecimientos en torno a la cumbre hispano-francesa que se celebrará en Barcelona la semana próxima ponen de relieve que, efectivamente, lo que conocíamos como procés es agua pasada.

El movimiento que patrocinó e impulsó desde el poder Artur Mas a partir de 2012 entró en un callejón sin salida que ha derivado en el pragmatismo de ERC, la nueva Convergència Democrática de Catalunya (CDC) y en la fragmentación del independentismo. Los republicanos, por un lado, y los desnortados neoconvergentes de la mano de los folloneros de la CUP, por otro.

Un Pere Aragonès que no solo quiere asistir a la cumbre, sino que busca un mínimo protagonismo para salir en la foto junto a Emmanuel Macron y Pedro Sánchez, y un Oriol Junqueras en el rincón opuesto de la imagen que protesta contra la reunión por “su utilización partidaria” y para demostrar que el procés sigue vivo conforman una escena de locos.

Todos los argumentos que se han dado desde la Generalitat para justificar la contradicción de ERC, que habla de acto institucional y de no renunciar “ni regalar” los espacios que “le tocan”, mientras acude a la manifestación son patéticos. Sobre todo después de haber plantado a inversores internacionales en acontecimientos concretos tan decisivos como en el caso de VW en Martorell y en otros más generalistas, como el MWC, el Salón Náutico o Alimentaria.

Sánchez y otros miembros del Gobierno han destacado reiteradamente el cambio de clima político en Cataluña en relación a 2017, algo obvio si nos atenemos al día a día de la comunidad. El presidente se atribuye el mérito, y en caso de que así sea –algo bastante probable, al menos parcialmente-- el balance final dependerá de si el fin ha justificado los medios.

Los indultos, la eliminación del delito de sedición y la rebaja del de malversación son la parte sustancial de las medidas de pacificación adoptadas por el Gobierno del PSOE. La participación de ERC en la protesta contra la cumbre puede interpretarse como un desprecio hacia ese esfuerzo, aunque la asistencia del president al encuentro bilateral supone exactamente lo contrario.