Los tiradores de sable sabemos que cuando el árbitro diga ¡adelante! y nos lancemos contra nuestro adversario, estaremos vendidos si improvisamos sobre la marcha. Cuando el árbitro dice preparados, listos… uno ya tiene en la cabeza lo que quiere hacer y luego lo hace. Unas veces saldrá bien y otras, no. Pero si al grito de ¡adelante! uno espera a ver qué pasa, se comerá el tocado del adversario con patatas y perderá el punto. 

Los tiradores de sable sabemos que siempre es mejor tener un plan en la cabeza que no tener ninguno. Con un plan puedes tanto fallar como acertar, cierto, pero sin un plan no tienes nada, pero nada, que hacer. También sentimos un gran respeto por el adversario, porque sabemos que cualquiera puede meterte un punto, y el reglamento y lo que diga el árbitro van a misa, son sagrados. Si un árbitro juzga de una manera, tendrás que adaptarte a esa manera de juzgar. Si juzga de otra, lo mismo. En resumen, tu preparación técnica es importante, pero no menos importante es saber lo que quieres hacer y si puedes hacerlo. 

No parece que ésta sea la norma en política, donde, a los hechos me remito, lo de pensar primero está mal visto, y mejor que no hablemos del respeto por las normas y las instituciones. 

Véanse los famosos carriles de colorines que pretenden robar espacio al automóvil en Barcelona. Unos son azules y otros, amarillos; unos son a rayas y los otros, a topos; unos son para ciclistas y los otros, para peatones. Hágase una prueba. Muéstrese una fotografía a cualquiera de ustedes y pregúntese de sopetón si eso es para peatones, ciclistas o qué. La mayoría de los aciertos serían de casualidad.

Pero ésta es la anécdota. A largo plazo, las grandes ciudades tendrán que pensar qué hacer con el automóvil para expulsarlo del centro, por muchas razones, y no es éste el momento de mostrarlas. Para eso se necesita un plan, no una improvisación constante, y un plan que vaya más allá de una u otra ideología, sino basado en hechos y perspectivas razonables y que se sostenga a medio y largo plazo. A modo de ejemplo, la población de Barcelona envejece muy deprisa y los abuelitos sufren de artrosis y no están para alegrías. Entonces: ¿la bicicleta y el patinete son vehículos ideales para los ancianos o quizá tendríamos que repensar los autobuses y tranvías? Ahí lo dejo.

Luego está la actuación de la Generalitat con la epidemia, que es un ejemplo que deja muertos sobre la mesa. Será un estudio de caso en las universidades sobre lo que NO hay que hacer en casos como éste. Si sus consecuencias no fueran tan trágicas, no sería una comedia, sino algo más allá. Un esperpento, quizá. 

Por señalar una de tantas anécdotas, la alcaldesa de Hospitalet de Llobregat se enteró por los periódicos del (re)brote de Covid-19 en su ciudad. Es más ¡tuvo que ser ella la que llamó al Departamento de Salud para confirmarlo! Nadie se molestó en avisar al Ayuntamiento, nadie. Ahora consideren que Hospitalet de Llobregat es la ciudad más densamente poblada de Europa y en una vista aérea su área urbana es indistinguible del área urbana de Barcelona ciudad. Si en Hospitalet de Llobregat se desata la epidemia, se desata en Barcelona, como dos y dos son cuatro.

Seamos honestos. Es cierto que el gobierno de la Generalitat no puede haber hecho nada mal… porque no ha hecho nada. Ni bien ni mal: nada. Ningún plan de contingencia, ningún rastreo, ningún responsable al frente, el caos. Subcontrató a Ferrovial, la del 3 %, para 180 rastreadores, que hoy todavía no sabemos si rastrean, y se gastó una pasta en un programa informático para coordinarlo todo que no funciona y que quizá (sólo quizá) funcione dentro de quince días. Para acotar las posibles infecciones, se necesita un rastreador por día y persona infectada, y una buena coordinación. Hagan los cálculos ustedes mismos.

En una rueda de prensa, la señora Colau, alcaldesa de Barcelona, ofreció sus propios rastreadores; no menos de cincuenta podrían incorporarse casi de inmediato y algunos más después de un programa de formación intensivo. Luego ofreció toda la ayuda de la Agencia de Salud Pública del Ayuntamiento de Barcelona, que había previsto algunos planes de contingencia para la ciudad. También dijo que, según los expertos consultados, sus vecinos de la plaza de Sant Jaume no tenían el dispositivo de rastreo operativo, ni suficientes rastreadores ni nada, y que preguntasen por qué a la consejera de turno, que anda por ahí más perdida que un paraguas. En pocas palabras, le pasó la mano por la cara al Departamento de Salud de la Generalitat, con muchos menos medios y competencias. Si comparas algo con nada, algo siempre es infinitamente mejor.

La amenaza se cierne sobre la metrópoli barcelonesa y ¿quién gobierna la nave? Échense a temblar. Por si acaso, ayer cargué papel higiénico en el súper.