Ir en bus puede suponer toda una aventura. Sobre todo estos días. Y, sobre todo, por la gente que viaja dentro. Dos amigas del upper Diagonal se van de excursión al centro de Barcelona, entusiasmadas como Teo. Miran por la ventanilla y hablan de la universidad, de lo difícil que es, de la “pasta” que se dejan en materiales y del poco compañerismo entre los estudiantes. Mientras conversan durante su retorno a casa, el conductor avisa que el recorrido de la línea se ha modificado por causas externas. En otras palabras: por la acampada.

Las amigas pijas, protagonistas de esta anécdota real, comprueban el recorrido en el Google Maps del iPhone. Si la expedición sale según lo previsto podrán cruzar el río que divide la tranquilidad del caos barcelonés sin grandes sobresaltos. Pero, de repente…

–LOL, tía, ¿qué es esto?– pregunta una a la otra con un codazo señalando la escena.

Un arcoíris de tiendas Quechua satura la ventanilla. La mayoría de acampados de plaza Universitat se concentra en una asamblea. Otros, alejados, comen algo en un tupper. Los más fatigados se apoyan en un banco. Y un joven con un pasamontañas negro mira desafiante a los pasajeros del autobús detrás de su improvisada trinchera. Levanta con vigor un cartel: “No photos”.

Pero las jóvenes del upper hacen caso omiso porque sus ojos no dan crédito. Como si de un safari se tratara empiezan a grabar la protesta desde distintos ángulos con una voz en off casera que dice:

–Mirad esto, qué heavy, es muy fuerte lo que está pasando en Barcelona.

El manifestante del pasamontañas insiste y empieza a violentarse. Las dos amigas no dejan de grabar. Es entonces cuando él da un golpe al cristal y ellas guardan los móviles asustadas. El autobús avanza y deja atrás la estampa que, por un momento, ha escandalizado a las dos amigas pijas desacostumbradas a este panorama reivindicativo.

–¿Qué iba a hacer ese tío? ¿Nos iba a pegar? ¿Iba a romper el cristal o qué?– pregunta una de ellas, la que acaba de descubrir que desde hace una semana centenares de jóvenes acampan en el centro.

–No lo sé, pero tenían todo el campamento sucio, seguro que hay ratas– contesta la otra.

Unos metros más adelante, vuelven a consultar Google Maps. Silencio. Se olvidan de lo vivido.

–Odio este tiempo, tía. O sea, o frío o calor, pero a medias, no– suelta la primera.

La amiga ríe y asiente. Ella tampoco soporta este clima. Google notifica. Ya han llegado a su destino.