Sufridos lectores míos:

Vamos a empezar un nuevo año, 2023, si no he perdido la cuenta, si no ha empezado ya. Como suele ser costumbre en estos casos, miramos hacia atrás para ver cómo nos ha ido. Miramos hacia atrás por encima del hombro, con tortícolis, y hacia delante con no pocos recelos. A ver cómo nos va a salir éste, a ver qué nos trae, que no nos fiamos.

Es costumbre insuflarnos un poco de optimismo impostado mediante un listado de propósitos y enmiendas. A los Reyes Magos les decimos que este año he sido bueno y me he portado bien; al Año Nuevo le decimos que este año seré bueno y me portaré bien. Pasamos del pretérito al futuro, de la mentira a la utopía, con la esperanza futil de quedar satisfechos. ¡Ay, la vanidad!

¿Cuántos propósitos y enmiendas de Año Nuevo se cumplen, de media? ¿Cuántos se repiten cada año? Mundo, demonio, carne y cuenta corriente se llevan por delante nuestros mejores propósitos. Nos creemos capaces, pero, a fin de cuentas, esa lista de buenas intenciones nunca ha sido el registro del éxito de nuestra fuerza de voluntad, sino del fracaso de nuestra fortuna y el triunfo de nuestra indolencia. No es más que una carta a los Reyes Magos, por ver si suena la flauta por casualidad y este año sí, de verdad, me apunto a macramé, a un gimnasio, envío a la porra a mi jefe y me regalo con un trabajo decente, aprendo alemán, me regalo con un viaje a Cuenca o consigo lo que sea que quiera conseguir.

Pero… Siempre hay un pero.

Algunos propósitos se cumplen y algunos vicios se enmiendan. Unas veces queriendo y otras, sin querer, pero ahí están. La cuestión es que a veces nos cuesta reconocerlo, porque nunca estamos contentos de lo que tenemos y queremos siempre lo que no tenemos.

Nuestra ciudad también podría hacer una de estas listas de propósitos y enmiendas. Cosas que hacer y chapuzas por corregir no serán pocas, y cada uno de ustedes, y yo mismo, podríamos señalar más de una. En buen año, porque resulta que 2023 será año electoral. Como mínimo, los barceloneses votarán unas elecciones municipales, donde la cosa estará muy reñida, a cara de perro. Por eso, el equipo de cada uno de los candidatos a la alcaldía está metido desde hace tiempo en la confección de una lista de buenos propósitos y enmiendas para la ciudad capaz de destacar por encima de todas las demás, por ver si son capaces de convencernos de que los llevarán a buen puerto.

A mí se me ocurren un montón de propósitos y enmiendas a la política de Barcelona.

Uno y principal es el de una política metropolitana, porque Barcelona es más grande que un solo municipio y los planes de vivienda, transporte público, gestión del turismo, servicios públicos, etc., no debería decidirlos cada municipio a su aire, según le sopla el viento a su alcalde. La Gran Barcelona es una realidad y negarlo, una estupidez.

Otro ejemplo: el asunto de la vivienda. Está muy mal. Lleva tiempo estando mal. De hecho, la señora Colau llegó a alcaldesa con la promesa de cambiar eso, pero no ha cambiado nada. La manera más eficaz de arreglarlo sería construyendo más vivienda protegida, pero apenas se han puesto uno encima de otro una docena de contenedores disfrazados de casa. Se ha construido una cuarta parte de lo prometido hace ocho años por la actual alcaldesa, y gracias, pero la Generalitat ha construido mucho menos, del orden de veinte veces menos. Los que trabajan en Barcelona no pueden con los alquileres y cada vez tienen que irse más lejos a vivir y aquí entramos en la cuestión de las infraestructuras viarias, el transporte público, el tránsito de vehículos… También, en otras cuestiones, pero las dejo a su albur.

En fin, este año se vota. Ustedes mismos.

Hagan sus propósitos y enmiendas y feliz Año Nuevo.