Provista de ciencia infusa, Ada Colau sabe perfectamente qué les conviene a los barceloneses y qué no. ¿Para qué queremos una delegación del Hermitage en nuestra ciudad? Para nada. Total, se trata de un museo ruso de segunda categoría diseñado por Toyo Ito, un arquitecto de chichinabo. Así pues, con la ayuda de Collboni, de los directores de museos de Barcelona y de cuatro informes redactados por varias lumbreras locales, nuestra alcaldesa les ha dicho a los rusos que se metan el museo por donde les quepa. Como Ada también sabe lo que les conviene a los turistas, que son peores que los nazis cuando ocuparon París, puede que les ofrezca, en vez de un museo decadente y apolillado, una serie de visitas guiadas por casas okupadas o huertos urbanos, donde se les regalaría, respectivamente, una cerveza y un tomate para que los disfrutasen en la intimidad de su habitación de hotel o de su camarote del barco que en mala hora los arrojó a nuestras costas.

Parece que algunos alcaldes españoles menos visionarios que Ada ya le están echando el ojo al Hermitage, ajenos a las desgracias que dicho equipamiento seudo cultural va a traer a sus respectivas ciudades. Igual lo pillan en Málaga, que no le hacen ascos a nada y ya tienen una delegación del Pompidou y un teatro de Antonio Banderas. Esa gente lo pilla todo porque carece de la visión de futuro de Ada Colau, con la que no han podido ni los vecinos de la Barceloneta ni los galeristas de la ciudad, gente culturalmente miope que pensaba que un nuevo museo en Barcelona no le hacía daño a nadie. Mucho señorito es lo que hay, mucho frívolo, mucho insostenible.

La actitud de los directores de museo -me cuentan que el del MNAC, Pepe Serra, se ha mostrado especialmente vehemente en su veto al Hermitage- revela su preocupación por la ciudad, ya que no se les iba a quitar ni un euro de su magro presupuesto porque lo de los rusos viene pagado: han llegado gallardamente a la conclusión de que el Hermitage es una llufa que han pretendido colgarnos gente con oscuros intereses, cuando se podrían haber lavado las manos y salga el sol por Antequera. Galeristas, vecinos y posibles visitantes del nuevo museo han sido ignorados, pero por su bien. Aunque no lo saben, el Hermitage no les hace ninguna falta: a doblar el espinazo en el huerto urbano más cercano a su domicilio. El modelo Málaga -bienvenido sea todo aquello que dé cierto lustre cosmopolita a la ciudad-, para el gato.

A todo esto, Andalucía anuncia su intención de abrir una especie de embajada en Cataluña para, con la excusa de proteger al compatriota abrumado por el prusés, atraer inversiones de burgueses catalanes que estén hasta las narices del mismo. Qué gente tan ruin, ¿verdad? Si el Hermitage no se lo queda Málaga, Madrid ya ha dicho que también lo quiere, y Ada se lo cede magnánimamente a quién lo pida. Que apechuguen otros con museos y demás zarandajas elitistas, que los huertos urbanos serán siempre nuestros.