En unos días, el próximo jueves, el presidente del gobierno español recibirá al presidente de Francia en Barcelona. La celebración de una cumbre hispano-francesa de este calibre en Barcelona debería alegrarnos la cara. Normalmente, esa clase de encuentros se celebra o bien en un hotelito de algún lugar pintoresco y remoto, a salvo de miradas indiscretas, o bien en la capital del reino o la república, depende del lado de la frontera en que uno esté. Que Barcelona haya sido la elegida es todo un detalle que agradecer.

Además, no es por nada, nuestra añorada burguesía siempre ha mirado hacia París más que hacia Madrid cuando se trataba de aparentar, aunque luego eran todo visitas a los ministros de la capital para pedir por favor, por favor, medidas proteccionistas para nuestra industria textil. Porque, a ver, presumir de mundo está bien, las señoritas de París están de miedo, pero los dineros en mi bolsillo están mejor.

Manuel Valls y Emmanuel Macron en una imagen de archivo / EFE

Manuel Valls y Emmanuel Macron en una imagen de archivo / EFE

Sólo hay que mirar hacia las buhardillas de los edificios del Ensanche barcelonés para dar con un aire de inspiración bohemia parisina. Tanto es así que no nos extrañaría que asomara en cualquier momento un Rodolfo cualquiera por una de esas ventanas exclamando «Che gelida manina!». Ya sé que no es francés, pero ya me entienden. En el fondo, nuestra burguesía era de imitación, más cosa de nuevos ricos que de rancios abolengos.

Más adelante, se pusieron de moda los cantautores franceses y resultó que todo el mundo había estado en el mayo del 68 en París, naturalmente. Y si los abuelos habían estado en el Moulin Rouge para ver muslamen y coleccionaban las llamadas «postales parisinas», nuestros padres llenaron los cines de Perpignan para ver a Marlon Brando violando a Maria Schneider. La procesión de burgueses catalanes en busca de imágenes pornográficas en Perpignan ha pasado a la historia. Es natural, por lo tanto, que se considere una buena idea que el presidente del gobierno español reciba al presidente de Francia en Barcelona. ¿Dónde mejor que aquí?

Hablan de una cumbre, pero a mí me da que es más una reunión de amigos, porque lo que tendrán que decidir, si algo deciden, ya lo habrán discutido técnicos, funcionarios y cargos intermedios de ambas naciones durante semanas. Parece ser que Macron y Sánchez, Sánchez y Macron, se caen bien, o aparentan caerse bien y, como dice una amiga mía, ¡son tan guapos los dos…! De hecho, esta cumbre señala la maldición de muchos presidentes del gobierno español, que es la de tener mejor fama fuera que dentro. En este caso en concreto, esa maldición creo que también afecta al presidente francés. Encantados de conocerse ambos, sellarán su amistad, etcétera, en Barcelona y nuestra ciudad será famosa el tiempo que se hable de ella en los noticiarios. Pero entonces, claro, surge la envidia, que es muy mala consejera.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su conferencia en el Liceu de Barcelona / DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su conferencia en el Liceu de Barcelona / DAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS

Los procesistas llevan mal no ser la guinda de cualquier pastel. Además, ninguno de sus líderes soporta la comparación con el dúo Sánchez-Macron. Junqueras… bueno, no hace falta que entre en detalles. Rull, o Turull, que siempre los confundo, pues tampoco. El resto de líderes y lideresas del procesismo tampoco da la talla y Aragonés es bajito. Si creen que hablo de la imagen, aciertan. Si creen que hablo de su valía moral, política o intelectual, también.

A modo de ejemplo, las excusas del presidente Aragonés para nadar y guardar la ropa provocan vergüenza ajena. Recibirá a ambos mandatarios y perderá el oremus para salir en la foto, pero su partido protestará en las calles contra la reunión. ¿Por qué protestará? Pues, la verdad sea dicha, nadie sabe concretamente por qué. Lo dicho: pura envidia. Han descubierto que en esta reunión no pintan nada. Pero son como esos invitados a la boda tan pesados, ésos que quieren salir en todas las fotos.

En 2006, Zapatero y Chirac se reunieron en Gerona y fue una fiesta, la mar de bien. Maragall, el de verdad, Pasqual, les dio la bienvenida y la entonces alcaldesa de Gerona, la señora Pagans, los agasajó en el ayuntamiento de la ciudad. Veremos qué pasa en Barcelona, en 2023. Cuando esto escribo, no sé qué planes tendrá la señora Colau ¿Agasajará a los invitados a tutiplén o se achantará ante el procesismo? Otra pregunta: ¿habrá sarao en las calles o el público pasará olímpicamente? Ahora mismo no tengo ni idea.

Ojalá vaya todo bien, porque necesitamos que vaya bien. Lo digo en serio.