Voy a empezar muy claro antes que empezar este artículo crítico con Ernest Maragall. Deseo fervientemente que los Mossos encuentren a los desalmados que han colgado carteles putrefactos contra Ernest y Pasqual Maragall. Me gustaría ver sus caretos para decirles cuatro cosas porque hay líneas rojas que no se pueden traspasar. Me encantaría además que un juez los pusiera en vereda y les diera un buen susto. Los carteles de marras no son siquiera juego sucio, es mierda miserable que debe ser desechada de nuestra sociedad. Y lo digo yo que soy crítico, muy crítico, con Ernest Maragall.

Lo he escrito en innumerables ocasiones en estas páginas. La alcaldía no es hereditaria y no iba a caer como fruta madura. El candidato de ERC se ha pegado cuatro años viviendo de las rentas de las
elecciones de 2019, pero la sociedad se mueve y el candidato no lo ha hecho. Tampoco su partido.

Hasta el verano pasado las encuestas le sonreían aunque se detectaba una cierta pérdida de fuelle en el electorado republicano. No parecía grave hasta la irrupción de Trías y los movimientos de Collboni. Ahí empezó a vislumbrarse la hecatombe que ha dejado descolgada a ERC de la pole municipal de Barcelona. Además, el candidato republicano hizo evidentes sus maneras. Política de tierra quemada. En ERC nadie más que el candidato tenía protagonismo, y el candidato más bien poco. La número dos, Elisenda Alamany, ha aportado poco pero ha hecho lo suficiente para repetir. Es decir, no ha hecho sombra al líder, supuesto, del partido que iba a ganar sin bajarse del autobús.

En este punto, se encendieron las alarmas en el partido de Aragonés, Junqueras y Rovira porque controlar la plaza Sant Jaume, Generalitat y Ayuntamiento, cayó como un castillo de naipes. Era una entelequia. Por tanto, se debía reforzar la candidatura quisiera o no el candidato, pensando en el 29 de mayo, pero sobre todo pensando en el 2027. Un dirigente republicano me decía “no te fijes tanto en el dos, fíjate en el tres”. Y ha tenido razón.

Maragall y Alamany son unos advenedizos. Se necesitaba “un pata negra”, alguien que pensara en republicano, que escribiera en republicano y que sintiera como suyos los anhelos de las bases republicanas. La designada ha sido Ester Capella, la actual Delegada del Govern en Madrid. Un plato que no ha sido del gusto del candidato Maragall, que la rechazó en numerosas ocasiones, y que ha tenido que asumir ante el presumible fiasco. ERC ha puesto a una persona con ganas, empuje y con capacidad para reconstruir un partido en la capital de Catalunya que va arrastrando los pies.

Capella -Seu d’Urgell- tiene 60 años. Los cumple en apenas un par de semanas. Tiene carácter y la ideas claras. Lo ha sido todo. Senadora, diputada, consellera y ahora ha sido llamada para rescatar un candidato que si es vapuleado dejará el barco la deriva. No tiene una tarea fácil. En la campaña seguro, pero su papel, el de verdad, empezará el 29 de mayo para marcar un perfil propio de oposición. Si alguien espera que una derrota desnorte a Capella mejor que espere sentado. Muchos la daban por amortizada en Madrid y doy fe que no ha parado aunque era un secreto a voces que estaba a disgusto. Es disciplinada y ha hecho su trabajo. Tanto que la pasada semana tuvo un encuentro con periodistas y con la consellera Gemma Ubasart, titular de un departamento que ella había liderado. “No hay color entre Ubasart y Capella”, me dijo un periodista asistente al encuentro. No hace falta decir nada más.

Ahora le toca arremangarse, protegerse de las trampas saduceas que le pondrá el candidato y trabajar en el corto, pero firmemente en el medio y largo plazo. La solución de ERC para el agujero negro de Barcelona llega tarde, pero llega.