Faltan dos meses para la celebración de las elecciones municipales y debiera ser el tiempo para determinar las prioridades de ciudad. Hasta ahora, el epicentro político de la precampaña se ha resumido en quién ha de presidir el pleno municipal y no en qué presidirá las políticas del próximo alcalde de la ciudad.

Es el momento de profundizar y concretar las propuestas en favor de un modelo de ciudad y de sociedad que dé solución a los principales problemas de los barceloneses: la seguridad, la asfixia fiscal, la movilidad, la suciedad, y tantos otros. Sin embargo, quiero poner el acento en un tema capital: las respuestas a las necesidades básicas de las personas sin las cuales ninguna ciudad puede considerarse humana ni una sociedad solidaria de no prestarse los servicios y atenciones a quien más lo necesita y hacerlo de manera digna y suficiente.

Cada año casi 100.000 personas son atendidas en centros de los servicios municipales. A ella deben sumarse las personas inscritas en el registro de solicitantes de vivienda social y adicionen tantas demandas de ayudas o respaldo ante situaciones precarias y las atendidas en los circuitos de atención social de entidades al margen de las administraciones.

Personas en el presente que no pueden ser silenciadas ni ser silenciosas en cualquier debate de futuro de nuestra ciudad. Familias que no se merecen la demagogia de populismos extremos que pretenden
silenciar sus carencias e ineficacia de gobierno. Son aquellos políticos comunistas de antaño blanqueados con nuevas siglas de partido en las que su 'podemos municipal' solo constata su fracaso en Barcelona. Son los mismos que antes propugnaban la lucha de clases y ahora son la casta política que aboga por el odio social y la agitación.

Techo, comida, curro y jabón deben ser, junto a la salud y la educación, los pilares de toda prioridad social. El acceso a la vivienda, el poder llegar a final de mes, un empleo o el poder dar respuesta a las necesidades básicas de higiene, por ejemplo, es seguro un común denominador de quienes aspiran a gobernar Barcelona. La diferencia radicará en la buena gestión de los recursos y servicios públicos y unos principios sólidos aplicados a este quehacer municipal.

Perdamos los complejos y digamos las cosas claras. Ya basta de devaluar instituciones como la familia, el mejor agente de solidaridad intergeneracional o la Iglesia que sin la función social de tantos religiosos y en parroquias no habría administración que pudiera afrontar a las necesidades si faltaran.

Respaldemos a tantos voluntarios y entidades del Tercer Sector que suplen también tantas carencias de respuestas sociales de las instituciones. Reconozcamos y exhortemos a los emprendedores que, desde su RSC, Responsabilidad Social Corporativa, o propósitos de empresa, complementan su función social de crear empleo, curro, y aportan ingresos fiscales para cofinanciar el bienestar de todos. Potenciemos la colaboración pública-privada para que juntas puedan hacer más cosas que separadas, cuando no enfrentadas o suplantadas, y además en común hacerlas mejor.

Hay otras cuestiones a introducir. Es inaceptable el destierro social de nuestros mayores a quienes se les niega su aportación solidaria, su experiencia, su esfuerzo de antaño que ha posibilitado el bienestar de hoy de sus hijos y nietos. No son invisibles ni inactivos. Entre nuestros mayores, el sobre envejecimiento, los mayores de 75 años o la cuarta edad, son ya un tercio de la tercera y la mayoría viven solos en una ciudad en la que la soledad tiene nombre de mujer. La ancianidad, vivir más años, es una realidad de nuestra sociedad moderna, pero también es un reto al que estamos obligados a responder.

Querer vivir y poder hacerlo en Barcelona debe materializarse, pero el destierro de techo es una realidad. Tras 40 años de gobiernos municipales, de los 44 de democracia, en los que casi siempre los comunes de Ada Colau, antes llamados IC, Iniciativa per Catalunya o PSUC, gestionaban las políticas públicas municipales de vivienda , la social apenas alcanza el 4% de los pisos de la ciudad. Y ahora, lejos de promover su construcción en solares públicos vacíos, se restringe con normas inaceptables la iniciativa privada, otra vez el odio social podemita, que ahuyenta inversión y la promoción pública de vivienda en Barcelona.

Revirtamos la pobreza y para ello crear empleo es tan necesario como imprescindible es no cronificar la precariedad con subsidios permanentes o subvenciones ideológicas carentes de proyectos sociales rigurosos y sobrantes de afinidad partidista municipal. Respaldemos de verdad al Tercer Sector cuyas entidades son tan esenciales como médicos o policías y que dan cobertura social a tantos. Y por último promovamos una educación de calidad y en valores para formar a los mejores profesionales, pero también a las mejores personas.

Este es un sucinto relato de la realidad de demasiadas personas en su vulnerabilidad, de brechas de desigualdad en personas y en barrios, de adversidades que han de tornarse en oportunidades de inclusión, exigencias de solidaridad y óptima gestión pública. Una Barcelona construida desde el compromiso social y que ambiciona simplemente, pero en mayúsculas, ser más humana.