El fin de semana pasado echó la persiana definitivamente el Jofama, un bar situado en la esquina de la calle Girona y la avenida Diagonal con cierta popularidad entre los vecinos porque ofrecía un equilibrio de calidad y precio muy aceptable en un ambiente algo ruidoso, de barrio, pero amigable.

No ha sido una víctima más de esa crisis que afecta a tantísimos restaurantes de toda España por falta de relevo generacional, como le acaba de pasar al Sant Joan, a unas pocas manzanas de allí.

Desde hace años, la segunda generación de la familia propietaria del Jofama llevaba bien el negocio, lo había mejorado, mientras que la tercera ya calentaba motores tras la barra. Hace años que había empezado a recibir a turistas de los que hacen la ruta Pedrera-Sagrada Família.

Pero la mala suerte ha querido reunir sobre esa esquina las condiciones de una tormenta perfecta. Unas obras que han puesto la Diagonal patas arriba con un plazo de ejecución previsto para dos años largos; más otras destinadas a crear una de los ramales de la superilla del Eixample que han abierto en canal la calle Girona eliminando la terraza del bar, con el añadido del hallazgo de restos dignos de conservación en el subsuelo que garantiza polvo, ruido y molestias mucho más allá de los meses que había anunciado el ayuntamiento.

El Jofama no solo ha caído en el ojo del huracán del urbanismo táctico de nuestro consistorio. El edificio donde se sitúa ha sido adquirido por un fondo de inversión que se propone reconstruirlo conservando solo la fachada para hacer apartamentos. Como todos los bajos y los pisos son de alquiler, el nuevo propietario se ha limitado a no renovar los contratos a medida que vencían y a negociar con los titulares de los indefinidos algún tipo de compensación.

La hija del actual propietario del establecimiento escribió una emotiva carta de despedida en la fachada del local calificando de fondo buitre a la empresa que ha comprado el inmueble, un apelativo que ha sido rápidamente adoptado por quienes se han hecho eco de la noticia en las redes y el resto de medios locales dando por buena esa definición. Y es que las gentes de Barcelona en Comú han hecho triunfar términos como fondos buitres y grandes tenedores para señalar a los nuevos enemigos del pueblo.

Pero no deja de ser curioso que se acuse a un fondo de inversión, no sé si buitre, halcón o paloma, de haber obligado a cerrar al Jofama cuando ha sido el consistorio gobernado por los comunes el que lo ha asfixiado, el que lo ha convertido en un lugar inhóspito rodeado de máquinas y ruido de difícil viabilidad económica impidiendo que se recuperara de los efectos de la pandemia. Basta con echar un vistazo a la esquina de Diagonal con Girona para comprobar que el restaurante donde servían aquella ensaladilla de rape única en la ciudad y aquel redondo Carlitos tan resultón vivía enjaulado desde hace meses tras las vallas metálicas de esas obras que han de alumbrar la Barcelona definitivamente pacificada.