Miedo escénico, porque la pirotecnia es bonita, pero poco efectiva. Los partidos independentistas, entidades y colectivos diversos temen que el llamado ‘trumpismo indepe’ acabe contaminando todo el movimiento y dé paso a una nueva etapa en la que el ‘autonomismo’ del PSC se imponga con toda su potencia. Es consciente de ello Esquerra Republicana, también Òmnium Cultural, e, incluso la CUP. Salvo algunas ‘personalidades’, como Salvador Cardús, que ya está en el monte desde hace años y anuncia grandes desgracias por la actual posición de Esquerra en el Govern, el grueso del independentismo sabe que deberá esperar mejores tiempos, y que lo ocurrido en 2017 supuso un error sideral.

Por ello, el miedo se instala cuando se menciona que la figura de Carles Puigdemont lo podría cambiar todo. Que su retorno a Cataluña, tras triunfar en Europa, porque se da por seguro que los tribunales de justicia europeos le darán la razón, provocará un verdadero vuelco en la relación de fuerzas. ¿De verdad?

El pulso se ha establecido en Barcelona, donde Xavier Trias tiene ganas de desquitarse de lo que sucedió en 2015, cuando las cloacas del Estado hicieron su trabajo para acusarle de tener una fortuna oculta en Suiza. Trias quiere ser el candidato de un independentismo sensato –evolución de Convergència—que pueda recuperar el prestigio al frente de las instituciones. Trias quiere gobernar en Barcelona, o, por lo menos –aunque sería ‘lo más’—ayudar a que los socialistas gobiernen la ciudad sin el concurso de los comunes de Ada Colau. Pero para lograrlo, para tener claro que puede jugar sin las cartas marcadas, la oposición con Puigdemont acabará aflorando.

Hasta ahora, Trias ha buscado una especide acuerdo, para que nadie se vea afectado, o para que nadie considere que ha perdido peso o se ha visto forzado a dar un paso atrás. Pero esa intención del que fuera consejero de Presidència con Jordi Pujol, no parece viable. Si Trias quiere tener posibilidades de recuperar una parte importante de aquel voto convergente –existe, todavía la biología no ha acabado con todos aquellos electores—deberá ser convincente y demostrar que la borrachera pre-política se ha superado tras muchos esfuerzos. Que la etapa de los Dalmases, Borràs, Madaulas y el propio Puigdemont es ya algo del pasado.

Si no lo hace, si cree que todo es posible, que se puede alcanzar la gobernabilidad de Barcelona sin romper nada, con buen rollo, contando con todos los pre-políticos, y con una sonrisa perpetua sobre todas las salidas de tono de Puigdemont, podrá contar con un núcleo duro, pero no con ese electorado amplio con el que sueña en la capital catalana.

Hay cosas que son incompatibles. En la cultura política catalana se ha pensado que todo es posible, que nunca pasa nada, que se puede cerrar los ojos y avanzar, sin pedir cuentas a nadie. Pero en un momento tan crítico, en una situación que para Barcelona es insostenible, Trias debe dar un paso adelante y decir con quién quiere contar y, lo más importante, con quién no quiere contar.

Cardús y algunos más van a lo suyo. Colocan a ERC contra la pared y esperan al Mesías Puigdemont. Pero con perfiles como el suyo no se gana en la ciudad de Barcelona. Trias sigue su camino y ha elegido su propio ritmo para anunciar su candidatura. Suya es la decisión. Barcelona puede ser el inicio de un nuevo tiempo político en Cataluña. Deberá tenerlo en cuenta.