El almuerzo entre Ada Colau y Xavier Trias es un paripé bienintencionado que tuvo lugar hace unos días a iniciativa del ex alcalde de Barcelona, que vuelve a la carga en las próximas elecciones municipales. En principio, se agradece que, en un ambiente en el que suelen brillar las navajas, tenga lugar un acontecimiento tan civilizado como éste. En cuanto a que sirva para que cuando empiece la campaña oficialmente (extra oficialmente, nuestros políticos están en campaña todo el año) se rebaje el tono general agresivo y faltón al que estamos acostumbrados, ya me parece más dudoso. De momento, eso sí, el doctor Trias i Vidal de Llobatera ha quedado como un señor con la mujer que le sopló el cargo en 2015. En justa reciprocidad, Colau ha respondido con una mentira piadosa según la cual Xavier Trias es su principal adversario en los comicios de mayo, cosa que no se cree nadie, empezando por el propio Trias, pero que demuestra, por lo menos, ciertas ganas de quedar bien con el que se paga el papeo.

Tal vez Jaume Collboni debería haber invitado también a almorzar a su socia de gobierno, la misma que lo echó a patadas del consistorio cuando lo del 155. Igual así se habría ahorrado las declaraciones de la alcaldesa acerca de la inseguridad en Barcelona --que, según ella, no existe, pero aparece siempre entre las principales preocupaciones de los ciudadanos--, en las que se ha quitado el muerto de encima diciendo que lo del orden público es cosa del PSC y haciendo quedar mal a Albert Batlle, quien, en mi opinión, hace lo que puede para resistir los constantes ataques que los comunes, siempre divididos entre la política institucional y el activismo, han dirigido a la Guardia Urbana, que ha visto su labor notablemente entorpecida por el amor de Ada hacia los okupas, el top manta y la paralización de desahucios. Ada ha iniciado su campaña de basureo de los sociatas y el primero en llevarse una colleja ha sido el señor Batlle. Habrá más, a medida que se acerque la fecha de las elecciones, y si yo fuera Jaume Collboni, además de comprarme un casco, me pondría a buscar motivos para que los barceloneses se deshagan de Ada Colau (no le resultará difícil), ya que la campaña no se va a desarrollar en el ambiente versallesco que ha pretendido imponer el señor Trias con su almuerzo gratuito para la actual alcaldesa, quien, por cierto, no vive sus momentos de mayor popularidad, como indica esa encuesta del Ara según la cual más de la mitad de los barceloneses la consideran la peor alcaldesa de todos los tiempos, reservando para Pasqual Maragall (el hermano listo del Tete) el de mejor munícipe de los últimos tiempos.

Mientras Trias y Colau se ponían las botas, los jardines del Palau Robert seguían (y siguen) ocupados por un montón de ratas que desaconsejan la visita a tan querencioso lugar. Resulta que en Barcelona se han contado 259.000 ratas repartidas en unos 4.000 puntos de esparcimiento. Y que a cada barcelonés le toca el 0´13% de una rata. Igual deberíamos empezar a comérnoslas, que es lo que aconsejaba Quim Monzó hace unos días en La Vanguardia con respecto a las palomas, cuya cantidad también es notoria y, a diferencia de las ratas, disfrutan de la solidaridad de esa gente que las alimenta como si fueran animales domésticos y no ratas con alas, que es lo que son.

Disfrutemos, en cualquier caso, de esa muestra de civilidad que es el almuerzo entre Colau y Trias, pues no creo que vayan a darse muchas más en el inmediato futuro. Entre todos los candidatos, Colau es la que tiene más que perder. Los demás, si fracasan, pueden seguir con sus cosas en el partido al que pertenecen. Pero Ada, si pierde el sillón, ¿dónde se mete? Su futuro dependería de que el PSOE y Podemos ganen las elecciones generales de finales de año. En ese caso, siempre puede caer algo (una embajada, una comisión absurda, algún carguito en el ministerio de Igualdad), pero si gana el PP --y encima con el apoyo de Vox--, Ada se va al paro.

Yo, de ella, empezaría a seguir el ejemplo del doctor Trias e invitaría a comer a todos mis rivales. Por si las moscas.