Nicolás de la Cruz, un negociante chileno en la Barcelona del XVIII

Nicolás de la Cruz, un negociante chileno en la Barcelona del XVIII

Vivir en Barcelona

Nicolás de la Cruz, un negociante chileno en la Barcelona del XVIII

El primer conde de Maule recoge datos económicos, pasea por la ciudad y detalla la potencia de Barcelona

4 septiembre, 2022 00:00

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Nicolás de la Cruz y Bahamonde, primer conde de Maule, había nacido en San Agustín de Talca, Capitanía General de Chile, en 1757, y era hijo de un militar genovés y de una descendiente de los primeros conquistadores. Junto a su hermano Juan Manuel montó una compañía comercial con dos sedes: una en Santiago y otra en Cádiz, a donde se trasladaría Nicolás en 1783. En esta ciudad viviría el resto de su vida y en ella fallecería el 1828.

En 1797 emprendió un largo viaje por España, Francia e Italia, cuyo objetivo principal era llegar a Génova para indagar en el origen de su familia paterna, de manera que le sirviera para conseguir un título nobiliario o el hábito de una orden militar y, posteriormente, proseguir un periplo de recreo para ver y conocer mundo. Como disponía de medios económicos más que suficientes, compró una berlina muy confortable, preparó un equipaje mínimo y se hizo acompañar por su fiel ayuda de cámara, Luis de Montemayor. Salió camino de la ciudad italiana en febrero de 1797, pasando antes por Madrid, Valencia y Barcelona. Después proseguiría su itinerario por Roma, Nápoles, norte de Italia y Francia, visitando París. Regresó a España en mayo de 1798.

Nicolas de la cruz / MA

Nicolas de la cruz / MA

Desde que salió de Madrid inició un diario que publicaría como Viage de España, Francia, é Italia en catorce tomos de pequeño formato, entre 1806 y 1814. En el primer tomo trata sobre su estancia en Barcelona, donde estuvo a finales de abril y primeros días del mes de mayo. En primer lugar hace un exhaustivo repaso de la fundación y antigüedades de la ciudad condal, utilizando como fuentes las obras del padre Mariana,  Antonio Ponz, Juan Francisco de Masdeu y Antonio de Capmany, entre otros. Después de analizar sucintamente la historia de Barcelona, pasa a comentar otros asuntos coetáneos, como el de la población: 10.267 casas y 20.128 familias, a los que habría que añadir los miembros de las congregaciones religiosas, la tropa y los entrantes y salientes para llegar a las 111.410 almas que aparecen reflejadas en el censo de 1785, fuente documental utilizada para aportar estos datos.

También hace un repaso a la composición del “cabildo secular”, con veinticuatro regidores perpetuos; el consumo diario de animales y trigo, y el urbanismo municipal, con las características principales de las casas barcelonesas (de tres, cuatro y hasta cinco alturas, construidas con un patio interior y habitaciones muy espaciosas) y de las calles (regulares, aunque sin faltar las estrechas), entre las que destaca la Rambla, la Ancha y la nueva de Conde del Asalto, todas enlosadas como en Cádiz, pero muy sucias y con desniveles, echadas a perder por el inmenso trajín de carros. La solución para remediar esta situación la encuentra De la Cruz con un mayor celo de la policía.

INTERÉS POR LA BARCELONETA

De su visita a la catedral destaca que es un magnífico templo gótico, con tres naves y unas medidas que corresponden a la hermosura y extensión de su arquitectura. De la iglesia de Santa María del Mar enfatiza su rareza, al estar construida sobre pilares muy delgados, que sostienen arcos muy elevados. La del Pino y la que antes era de los jesuitas (la actual parroquia de Belén) eran regulares, según el comerciante gaditano. La de la Merced es la última a la que dedica algunos comentarios laudatorios, al afirmar que contaba con un buen retablo y un magnífico claustro.

Entre los edificios civiles más destacables De la Cruz enumera los siguientes: la Aduana; el Consulado del Mar; la casa de la Audiencia, junto a la catedral y en donde también se encontraba el archivo de la Corona de Aragón; la casa del General; la de Jaime Salvador, con su gabinete de historia natural, y el Hospital General, entre otros. Las casas de estudio, hasta siete, el Seminario conciliar y la Academia de Matemáticas, no pasaron desapercibidos en el texto del chileno.

Escudo del conde de Maule

Escudo del conde de Maule

 

El segundo capítulo está dedicado a las Atarazanas, las fortalezas (Ciudadela y Montjuïc), la Barceloneta, el muelle y los paseos. Como ya habían hecho otros viajeros, De la Cruz muestra su interés por los edificios anejos a las Atarazanas, donde se liquidaban los metales y se construían cañones. La Ciudadela, situada en la misma muralla, cubría la ciudad, tanto por la parte de tierra como por mar. El castillo de “Montjuí” dominaba la ciudad y cubría la bahía.

Como ya habían hecho Gálvez, Baretti, Bourgoing, etc. en sus respectivos relatos, el viajero chileno describe el nuevo barrio de la Barceloneta, destacando su situación, sobre el mismo muelle; las casas uniformes y todas pintadas por fuera; las calles rectas; el vecindario, compuesto por marineros y gente del mar, así como por soldados que iban allí a divertirse, y la iglesia de San Miguel. Como ciudad marítima y comercial que era Barcelona el muelle merece la atención de De la Cruz, enfatizando en que era artificial y estaba extendido hasta frente el castillo de “Montjuí”, con una torre con su farol y una batería. En la bahía barcelonesa fondeaban los barcos de menor tonelaje, entre 150 y 200 toneladas; mientras que fuera de ella anclaban los navíos y buques grandes, a bastante distancia, mar adentro. Entre los planes inmediatos estaba el de agrandar el puerto, habiendo caudales acopiados para ello.

PRODUCCIÓN LOCAL Y EXPORTACIÓN A AMÉRICA

Por lo que respecta a los paseos, el comerciante gaditano destaca el de la muralla junto al muelle y el de la Rambla, “hermosa calle que baxando de ella [la muralla] atraviesa la ciudad”. Le encantaron las “deliciosas inmediaciones”, donde los barceloneses tenían excelentes casas de recreo, denominadas “torres”, con viñas que ocupaban por completo las laderas de las colinas. De los alrededores de Barcelona menciona singularmente Sarrià, “el país mas freqüentado para las partidas de campo”. Aquí De la Cruz pudo disfrutar de un día de campo invitado por el “señor Gazó”, muy probablemente Antoni Buenaventura Gassó, importante comerciante barcelonés de la época.

El tercer capítulo está dedicado a temas a los que estaba íntimamente ligado por su condición de negociante: las fábricas y el comercio, así como a la escapada al monasterio de Montserrat, algo muy habitual en la mayor parte de los viajeros que recalaron en la ciudad condal. Son muy significativos e ilustrativos los cuadros de las fábricas existentes en Barcelona y su corregimiento (de tejidos de seda, de lino y cáñamo, de lana, de algodón, de curtidos, de loza, de sombreros y de ladrillería), aportando además sus clases y el número de “obradores”, en los que regularmente trabajaban cuatro personas, por lo que el número de obreros total podría alcanzar la cifra de 38.848.

Al lado de estas fábricas, existían otras subalternas, en las que se producían medias, redecillas, gorros, guantes y pantalones, y en las que trabajaban muchas personas, particularmente mujeres. En cuanto al comercio, De la Cruz afirma que era mucho el que tenía Barcelona, sobre todo de indianas, pañuelos de seda, papel, medias, vinos y aguardientes, etc., que se despachaban desde aquí, por tierra a las poblaciones y lugares del interior y por mar a Cádiz, a los demás puertos peninsulares y a toda América. Este comercio había permitido el enriquecimiento de muchos barceloneses, así como el aumento de la población.

Portada del Viaje de Españaa, Francia e Italia, tomo primero 1806

Portada del Viaje de Españaa, Francia e Italia, tomo primero 1806

Después de una escapada para visitar el monasterio de Montserrat, el 8 de mayo abandonó definitivamente la ciudad condal para dirigirse a la frontera francesa por Calella, Girona y Figueres, cruzándola el día 11. Su curiosidad, su erudición, su detallismo, especialmente en lo que se refiere a datos económicos, citados en muchos párrafos del diario, acompañados con la información obtenida gracias a su rica biblioteca, hacen del relato de Nicolás de la Cruz uno de los más completos e interesantes de entre todos los que nos dejaron los viajeros del siglo XVIII sobre Barcelona.