La salud deportiva del Barça está fuera de toda duda, con un Messi que exhibe una espléndida madurez. Es líder en la Liga, mantiene un excelente paso en la Champions y volverá a disputar una final de Copa. En cambio, las gradas del Camp Nou han levantado alguna sospecha, con aforos que no se corresponden con sus buenos resultados. Era necesario estudiar qué pasa. Las conclusiones que han sacado en el propio club es que sufren los efectos del 1-O, como consecuencia de la menor llegada de turistas a la ciudad, pero el Barça es materia sensible y ciertas cosas no se pueden decir públicamente.
Desde que el club implantó el sistema para que los socios puedan vender la entradas que no va a utilizar, con un beneficio compartido, el fenómeno ha ido en aumento. La mayoría de los compradores son turistas extranjeros, para los que asistir a un partido del Camp Nou es una de las grandes atracciones de la visita a Barcelona. Lo mismo sucede en Madrid con los encuentros en el Bernabéu.
Desde el día del referéndum, con los incidentes que se produjeron, y la siguiente situación de inestabilidad, esas compras han caído entre un 15% y un 20%, según las estimaciones internas del Barcelona. En la misma proporción lo han hecho las asistencias al Museu y al Tour Experience del Camp Nou, y las ventas en la tienda Nike del recinto azulgrana, cuya facturación al año puede alcanzar los 100 millones de euros. Las repercusiones del atentado de agosto no se entienden como causantes, pues en otras ciudades golpeadas por el terrorismo islámico en los últimos años, como París o Londres, el descenso del turismo ha sido testimonial.
El Barça es una de las grandes marcas de la ciudad, a la que aporta valor. No se trata de una sociedad mercantil, sino de una asociación, un actor clave de la sociedad civil, una empresa de sentimientos. La preocupación empieza por lo contable, lo tangible, pero puede llegar a lo intangible, lo emocional, y eso es lo peligroso. Que la ciudad tome nota.