En los últimos años, cientos de cafeterías de todas las índoles han abierto en Barcelona. Un batiburrillo de estilos decorativos ha inundado sus paredes y, en especial, sus mesas. Papel pintado de flores, platos de todo tipo, todos los colores, todos los tamaños. Pero uno en especial está en auge. Sí, ese que odiábamos cuando íbamos a casa de nuestras abuelas igual que nos pasaba con los pantalones de cintura alta de nuestras madres y sin los que ahora no somos nadie. La vajilla Duralex ha vuelto, los platos de pizarra han muerto.
Entro en una de esos locales. Pongamos que son pasadas las 9 de la mañana y tengo ganas de desayunar. Pongamos también que pido un zumo de naranja natural que me llega, como no, con una jarra Ball Mason. Bonita a la par que incómoda para beber sin pajita. Poco después llega el protagonista de todo: el plato Duralex. Ese color viejuno que se ha convertido en un ‘must’ para muchos locales y que es de todo menos vistoso para poner comida en él. Mi abuela aún los usa, sobre todo, para tomarse una sopa caliente con fideos finos en invierno ¿estaremos aún más conectadas ahora?
Ante la vorágine influencer-instagramer-posturil y la pasión por desmarcarnos del resto de la sociedad, ha hecho que esta vajilla retro francesa vuelva en muchos bares que años atrás se habrían atrevido a servir un croissant en ella.
Pongamos ahora que llega la cuenta. Sorpresa. Vintage también viene con suplemento. De esos que te hace plantear que si tu abuela lo viese, no exclamaría a los cuatro vientos que eso qué es.
¿Nos hemos vuelto locos con tanto postureo y querer destacar en un mar de peces?