Marc Olivé mira hacia los lados y, cuando no ve a nadie sospechoso, accede al local. “Cuidado con la cabeza”, dice señalando la persiana entreabierta. En la trastienda de este negocio de Les Corts, detrás de una puerta normal y corriente, se encuentra uno de los tres pisos colmena que ya funcionan en Barcelona. Sorteando la ley, la empresa de Olivé, Haibu 4.0, ha habilitado un local de 200 metros cuadrados para que viva gente a partir de 150 euros al mes.
En esta colmena en concreto –con capacidad para 22 inquilinos– ya hay seis personas viviendo y pronto se incorporará otra más. Son conscientes de que si el consistorio de Ada Colau descubre el pastel tendrán que reubicar a sus clientes. Por eso hay pocos residentes, pese a la decena de solicitudes que reciben a diario. No quieren jugársela. No del todo.
¿CÓMO SON LOS PISOS COLMENA?
Así de primeras, los pisos colmena pueden parecer una indecencia, una broma de mal gusto. Como bien es sabido, constan de un espacio muy reducido para dormir, un colchón estrecho (70 cm de ancho) y muy fino (de 10 cm). Además, las paredes que separan unas cápsulas de otras parecen de papel de fumar y, para más inri, hay que compartir las zonas comunes con decenas de personas. Está claro, nosotros –los humanos– merecemos más: queremos sentir la libertad... por lo menos en casa.
Pero el panorama es el que es. Y encontrar alojamiento en Barcelona puede suponer un auténtico drama y un sablazo en toda regla. “Empezamos con el negocio en Barcelona porque creíamos que el Ayuntamiento estaría dispuesto a escucharnos”, comenta un Olivé defraudado a Metrópoli Abierta. “No ha habido manera, no quieren saber nada”, cuenta sobre las negativas de Ada Colau que ha tildado el proyecto en varias ocasiones de “atentado contra la dignidad de las personas”.
UNA POSIBLE ALTERNATIVA
Sin embargo, para Olivé y su equipo es “mucho más triste tener que dormir en la calle” porque el sueldo (o la ayuda) no te alcanza para alquilar una habitación. No obstante, a los pisos colmena no puede acceder cualquiera. “No es un alojamiento turístico”, puntualiza. Por eso, para empezar, los postulantes tienen que demostrar que han vivido un mínimo de ocho años en Barcelona. Luego, les dicen la verdad: “en el local por ahora no hay cédula de habitabilidad”. Los residentes están advertidos y saben que el alojamiento es clandestino e ilegal.
“Hemos recibido una avalancha de peticiones de gente de 50 años que no puede afrontar el pago mensual de su hipoteca”, detalla. Y este es su cliente: una persona necesitada que tiene dificultades para acceder a la vivienda. Además, tras su fusión con la organización Homeless Entrepreneur, ofrecen cursos para encontrar trabajo a los que quieran, les ayudan a forjarse una marca personal y a confiar más en sí mismos, aunque parezca un tópico.
ESPACIOS COMUNES EN EL PISO COLMENA
En el local que ha visitado Metrópoli Abierta hay un salón con dos sofás y un televisor para compartir. Tres baños, dos duchas. Una cocina con mesas, neveras, un microondas y un horno. También cuenta con una terraza que da al interior de una isla de edificios, aunque no se puede fumar. Y están habilitando una zona para trabajar con los ordenadores. La luz natural baña el local: no es un zulo. Aunque, por ahora, el piso colmena está equipado de forma provisional. Parece una exposición de Ikea en desarrollo.
“Queremos dejar claro que es una solución temporal”, relata Olivé. Como máximo, los inquilinos pueden quedarse dos años. “Mientras están aquí pueden ahorrar dinero para luego encontrar algo mejor, sin tener que compartir”, dice animado. “No queremos que se queden apalancados en la colmena”, puntualiza.
NORMAS BÁSICAS DE CONVIVENCIA
Las normas de convivencia en el lugar son “básicas”. Ante todo, deben respetar el descanso del resto y, si hay algún problema, el supervisor –la abeja reina– se lo tiene que comunicar a los impulsores de la iniciativa. Si alguno arma jaleo, roba (no hay candados ni pestillos en las colmenas) o muestra un comportamiento indebido los residentes pueden expulsarlo por unanimidad. Como si fuera el programa de Gran Hermano. Tampoco pueden llevar parejas, no es un "picadero".
Por ahora, más allá de un par de encontronazos, los inquilinos de esta colmena (todos varones) se entienden bien y están a gusto. Cada uno ha podido elegir su habitáculo. Hay algunos pequeños –minúsculos– que parecen un nicho. También hay otros en los que se puede estar de pie, incluso han habilitado otros para parejas, aunque todavía tantean el terreno. Los precios individuales oscilan entre los 150 y los 300 euros con luz, wifi, agua y acceso a las zonas comunes incluidos.
Los pisos colmena ya habitan entre nosotros. Están ahí, escondidos detrás de los negocios más insospechados. Una lavandería 24 horas, una cafetería. “Son servicios que ayudan a los vecinos del barrio”, defiende Olivé. Y así seguirán, hasta que consigan su objetivo: convertirse en una alternativa legal en Barcelona, tal como sucederá en otras ciudades de España.