Dos mujeres llegan a una terraza atestada de clientes con unos carteles en la mano. Pretenden tapar los móviles y las gafas de sol que hay encima de las mesas para robarles. Cuando la camarera se percata de la situación, les pide que se marchen, que en esta terraza no van a robar. Saltan las alarmas entre los clientes. Todos observan a su alrededor y agarran sus pertenencias. Han descubierto a las carteristas.
Esta es la escena que hace unas semanas Metrópoli Abierta presenció en un restaurante del paseo Sant Joan. Se trata de una situación que lleva años dándose en varios barrios de Barcelona, pero el aumento de hurtos y robos con violencia de la capital catalana se están materializando de tal forma en el día a día de los restaurantes que la preocupación ha llegado al Gremi de Restauració de Barcelona.
La semana pasada, el gremio se reunió por primera vez con el nuevo teniente alcalde de Seguridad, Albert Batlle, para expresarle que la delincuencia está frenando la llegada de turistas, y eso afecta a los beneficios del sector. Las cifras hablan por sí solas. El director general del Gremi de Restauració de Barcelona, Roger Pallarols, asegura en una conversación con Metrópoli Abierta que, por ejemplo, en Ciutat Vella las pérdidas ya son de un 15% en comparación al mismo periodo del año pasado. "Ahora hay menos consumidores, los clientes que consumen menos y se evidencia un deterioro importante de la ciudad. La restauración es un terómetro de este deterioro", apunta.
Se trata de una realidad que, junto a la escasez de agentes, ha llevado a algunos restauradores a tener que hacer de "policías", según añade Pallarols. "Los restauradores se ponen en riesgo al tener que frenar a los delincuentes. Porque cuando los delitos no se persiguen lo suficiente, estos adquieren más confianza y actúan con más impunidad ante los hosteleros", explica Pallaros al hablar de todos esos trabajadores que han tenido que intensificar la práctica de vigilar o espantar carteristas cuando, en realidad, no están formados para enfrentarse a nadie que quiere saltarse la ley ni tampoco cobran por ello.
MODUS OPERANDI
Xavi N., barista de una cafetería del Raval, cuenta que muchas veces debe alertar de la presencia de carteristas para que estos se sientan observados. Mireia Ampuero, camarera de un restaurante de l’Eixample Dreta, explica que tiene que echarles casi cada día de la terraza sabiendo que, a diferencia de a su compañero, la insultarán o la mirarán mal “por ser mujer”. Y Fausto, supervisor de un local de la Plaça Reial, asegura que está siempre atento a todo el que pasa por la plaza. Aunque reconoce que no acierta en todas las ocasiones. “Ves a un tío esperando apoyado en la columna y piensas: ‘ya estamos’, cuando, quizás, está esperando a alguien. Desconfías de todo el mundo”, detalla.
Ampuero, Xavi y Fausto coinciden en que, en las terrazas o en el interior de los locales, los carteristas suelen aprovechar la mínima distracción de los clientes para llevarse lo que nos es suyo. Estas distracciones pueden darse cuando los carteristas tapan sus pertenencias con, por ejemplo, carteles que piden limosna o al pedirse algo de beber y sentarse al lado del “típico turista” con maletas y otros objetos de valor. En otras ocasiones, el modus operandi es simplemente detectar un objetivo fácil que les permite marcharse corriendo y después entregar todo lo robado a un amigo que espera en una esquina cercana, según Fausto. "Entonces, si le pillas, te van dicen: ‘tócame, no tengo nada. No he hecho nada’. Y así se libran”, añade.
En el último año y medio, Fausto ha presenciado como algunos han perfeccionado su método. Fingen ser turistas, caminan con un mapa y hasta hacen fotos a los históricos edificios de la plaza. Este disfraz les permite fichar a la persona que van a robar, esperar a que se levante de la terraza y seguirle hasta una calle donde puedan perpetrar el hurto lejos de las multitudes y la policía.
Pero también hay ocasiones en las que utilizan la misma estrategia sin esperar a que el cliente abandone el establecimiento. “Hace un par de meses vinieron dos tíos para preguntarnos dónde se encontraba un hotel. Mientras uno hablaba con nosotros, otro se llevó la bolsa de un chico. El camarero empezó a perseguirle al tiempo que gritaba: ‘¡Ladrón, ladrón!’. Se asustó y la tiró al suelo”, recuerda Fausto.
Fausto en la Plaça Reial / MA
MÁS VIOLENCIA
La peor faceta de esta realidad no viene cada vez que consiguen robar a alguien, sino cuando estalla la violencia. Echar a los carteristas de la terraza ha convertido a Ampuero en blanco de ofensas como “cómeme la polla” y, según ha visto Fausto, intentar esquivar la posibilidad de ser robadas ha llevado a algunas personas a ser apuntadas con cuchillos o pistolas, que desconoce “si eran de fogueo o no.” Por su parte, Xavi ha sido testigo de como ni la presencia de ojos vigilantes alrededor basta para evitar que se origine la agresividad.
“Un día lo vi clarísimo. Cuando cinco hombres se pusieron a hablar con un turista, le dije: 'sigue andando, no les conoces de nada. ¡Vete!'. Al percatarse de que yo estaba intentando ayudarle, se abalanzaron encima suyo. ¡Ni ver que yo me había enterado de lo qué ocurría les frenó!”, indica Xavi. Él también ha tenido constancia de como algunos carteristas están aliados con ciertos locales, donde entran a cambiarse de ropa y, así, reducir los riesgos de ser identificados. “Esta primavera descubrieron que una peluquería de la calle Riera Baixa del Raval les ayudaba. Es por casos como este que la policía nos dice que lo importante es el peinado y la cara”, subraya.
ACONSEJAR A LOS CLIENTES
Tanto Ampuero como Xavi recurren a la misma estrategia para evitar que se comentan hurtos: adelantarse a los ladrones y sugerir a los clientes que guarden sus pertenencias de valor en la mochila y que no pierdan esta de vista. Navas admite que, a veces, algunos clientes le miran mal por ello. Pero para él, más vale prevenir que curar. “Prefiero que alguien se ofenda porque me equivoco que no porque le roban”, añade.
Por mucho que estos trabajadores pongan todas sus ganas en proteger a los clientes, ellos no pueden frenar la oleada de hurtos o robos. Las cifras ofrecidas por el Gremi de Restauració de Barcelona reflejan que la presencia de carteristas está haciendo perder clientes a ciertos locales. Una consecuencia que, como confirma Fausto, explica por qué unos 10 establecimientos de Las Ramblas y la Plaça Reial se han negado a hablar con Metrópoli Abierta sobre este tema.
“¿Por qué van a venir aquí los turistas si pueden elegir otros destinos similares a Barcelona y donde no se robe tanto?”, pregunta y, acto seguido, añade: “Cuando vienen mis amigos, les insisto en que lo tengan sus pertenencias controladas en todo momento. No puedo darles ninguna tranquilidad”.