En 2006, Juan Serra se quedó en el paro. Durante años buscó trabajo en ciudades como Huesca, Madrid y Valencia, pero parecía que, para un hombre de entonces 50 años, era imposible conseguir un empleo de pintor. Subsistió durante un tiempo con unos cuantos miles de euros que había ahorrado hasta que, en 2011, se terminaron y no le quedó más opción que vivir en las calles de su Barcelona natal.

“Duermo en el porche del paseo Picasso porque es una zona muy tranquila. Nadie te molesta. Solo la Guardia Urbana, que viene a tocar los huevos un par de veces por semana”, cuenta a Metrópoli Abierta al hablar de una realidad que también ha constatado Arrels Fundació. Desde el otro lado del teléfono, indica a este medio que antes dormían unas 40 personas en este punto del barrio del Born, pero desde que en abril del 2018 la policía desalojó el lugar, “hay muchas menos. Algunas de las que dormía aquí, no han vuelto desde entonces”.

A las 9.30 horas, Metrópoli Abierta ha presenciado cómo han amanecido en el paseo Picasso siete personas y unas seis lo han hecho en el parque de la Ciutadella. Dos imágenes que dejan a entrever que, después del desalojo y las visitas frecuentes de la policía, algunos sintecho podrían haberse dispersado por el parque para evitar a los agentes. “Lo peor de vivir en la calle es que la policía venga a molestar. Yo les digo: ‘poneos en mi lugar, ¿qué haríais?'”, cuenta Serra sentado en un banco junto a una bici, una silla, unas cuatro bolsas donde guarda sus pertenencias y un crucigrama empezado. Él, que lleva ocho años en la calle, podría ser una de las 1.195 personas que, según contabilizó Arrels Fundació el pasado junio, pasan las noches al raso de la capital catalana.

Juan Serra es uno de los sintecho que duermen en el paseo Picasso / METRÓPOLI ABIERTA



PROTEGERSE PARA DORMIR

Serra duerme con dos compañeros, Pedro y Walker, desde hace seis y cuatro años, respectivamente. Juntos no solo van a buscar y vender chatarra para ganarse un puñado de euros que después se reparten entre los tres, también se sienten más “protegidos y tranquilos” cuando cae el sol. Una especie de amparo que nunca ha necesitado María Mariposa, apodo al que responde ante sus amigos y el único que ha querido compartir con este diario.

“Yo duermo sola, no necesito a nadie. A las mujeres que vivimos en la calle nos ven como víctimas, pero no lo somos”, dice sentada enfrente de la Cascada del parque de la Ciutadella, donde no puede evitar señalar a los turistas mirando hipnotizados las pantallas de sus móviles mientras caminan y moviéndose de un lado a otro sobre patinetes eléctricos. “Es como mirar una película. Parecen zombies”, dice a carcajadas la mujer de origen inglés.

Durante el día, Mariposa frecuenta este pulmón de la capital catalana porque “hay sombra, tranquilidad" y puede estar con su carro, donde guarda sus "63 años de vida”. Por la noche, duerme bajo el porche del mercado de Santa Catarina, donde ha vivido más de un sobresalto. “Hace un año, mientras dormía, un tío me acarició la espalda. Le di una hostia en la mano y le dije que se marchara de allí. En otra ocasión, otro tío me dijo que si por cinco euros podía metérmela por el culo. Lo envié a la mierda”, cuenta Mariposa al hablar de unas situaciones que ha sorteado ella sola.  

SENTIRSE JUZGADO

Fodou Camara, de 38 años, es una de las personas sin hogar que duermen en el parque de la Ciutadella. Además de haber elegido este espacio porque “es más cómodo” que otros puntos de la ciudad, reconoce que aquí puede evitar encontrarse a personas que le “miran mal” por dormir en la calle o porque piensan que les va a robar. “Eso no me ocurre por ser sintecho, sino por ser negro. Es lo que suelen pensar de los negros”, lamenta y, acto seguido, recuerda que la única ocasión en la que le intentaron robar no le hizo falta enfrentarse a nadie. “Cuando me di cuenta de que intentaban cogerme la mochila, agarré al ladrón y, cuando vi que era un chaval, lo solté. Solo le dije: ‘no me robes a mí, que soy pobre’”.

Los cartones que una pareja ha utilizado para dormir en el paseo Picasso / METRÓPOLI ABIERTA



Situaciones desafortunadas como esta no son ni de lejos lo más doloroso que Camara debe soportar al raso. Para él, no hay peor sentimiento que sentir que no puede conectar con los demás como hacía antes. “Si no te puedes duchar siempre y no vas bien vestido, tú mismo sabes que no estás en buenas condiciones. Eso hace que no te acerques ni te relaciones con la gente como harías en otras circunstancias”, admite el hombre de Gambia sentado sobre el húmedo césped del parque.

DESCONECTADOS DE LOS SERVICIOS SOCIALES

A principios de setiembre, Arrels Fundació comunicó que entre el 1 de julio del 2018 y el 30 de junio del 2019, un total de 1.468 personas sin hogar acudieron a ellos para preguntarles dónde podían ducharse, cambiarse de ropa, acceder a un alojamiento y a los servicios sociales, entre otros. Esta cifra significa que un 21,7% más de personas que en los 12 meses anteriores desconocen dónde pedir ayuda.

Las tres fuentes de este reportaje reconocen que sí saben dónde reclamar asistencia, pero todos ellos se han desvinculado de los servicios sociales desde hace tiempo. Casas no acude a los comedores sociales desde hace dos meses porque “están colapsados”. Mariposa no duerme en los albergues porque “son una cárcel” donde “cierran la puerta a las 23h” y “no se puede beber”. Y Serra dejó de ir a los comedores sociales en 2013 porque le dolía la barriga después de cada comida. Aunque antes de abandonarlos por completo, reconoce aún iba los domingos porque “hacían arroz con pollo”.

A pesar de que ahora Serra tiene pocos recursos –no cuenta con un lugar al que llamar hogar y come con solo cuatro euros al día– asegura que “lo mejor” de vivir en la calle es que va a su “bola”. “Ya no dependo de un trabajo, un salario, la asistenta social, pagar a Hacienda, pagar las facturas… Vaya, me he librado de todo lo que implica vivir dentro del sistema”, sentencia.

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