“Quien siembra miseria, recoge rabia”. El aviso era dado este viernes a última hora de la tarde por la dirección de los Comités de Defensa de la República (CDR). Alertaba ese mensaje de que “la Policía Nacional está masacrando a nuestros jóvenes en Via Laietana de Barcelona. A la juventud combativa no se la toca”. Durante horas, un numeroso grupo de ultraviolentos independentistas se había congregado frente a las puertas de la Jefatura Superior de Policía de Cataluña y había comenzado a insultar a los agentes, mientras arrojaba todo tipo de objetos (botellas, petardos, piedras, latas…) contra los policías y el edificio.
Tras un par de horas de asedio, las fuerzas de seguridad comenzaron a despejar la zona. Y eso para los CDR es violencia. Utilizando esa excusa como palanca, quieren asumir un mayor protagonismo en la peculiar guerra del independentismo contra el Estado español. Su meta es volver a tener el control de la situación y su estrategia tiene un punto clave: para ganar el pulso a la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y a Tsunami Democràtic, deben controlar Barcelona, la ciudad donde los CDR son más fuertes. En ninguna parte del territorio funcionan tan bien como en la capital catalana.
La ANC y Òmnium Cultural, correas de transmisión de las consignas de Carles Puigdemont y del Govern, ya visualizaron su capacidad de organización y de movilización con las marchas de tres días desde distintos puntos del territorio, que convergieron este viernes en Barcelona. Con ellas, y el apoyo a la huelga general convocada por Intersindical-CSC, pensaban volver a tener el control de las calles y del Movimiento.
CÓMO DIERON LA VUELTA A LA TORTILLA
Pero las cosas se torcieron. El lunes, las entidades cívicas apoyaron la convocatoria de Tsunami Democràtic, otro de los instrumentos de Puigdemont, de colapsar el aeropuerto. Fue una acción arriesgada, pero exitosa. El independentismo de manual ganaba la primera batalla y preparaba el camino para una nueva hegemonía de los postconvergentes al frente del nuevo procés.
No contaban, sin embargo, con la respuesta de los CDR: el martes por la noche, hicieron arder Barcelona. Colectivos okupas llegados de media Europa (principalmente, de Italia y Alemania, pero también de Francia y Grecia) hicieron piña con los comandos controlados, en buena parte, por la CUP, para sembrar el caos. Y lograron relegar las marchas de la ANC a poco más de una anécdota. El primer paso para la recuperación del protagonismo ya estaba dado. Y el precio a pagar es convertir a Barcelona en el escenario de la guerra de guerrillas urbanas más violenta de las últimas décadas.
COMPLICIDADES EN BARCELONA
En la capital catalana, estos comandos cuentan con muchas complicidades: desde asociaciones de vecinos hasta partidos políticos y entidades culturales o casales de barrio. Todos forman parte, en mayor o menor medida, de los CDR. Pero también tienen otros aliados fundamentales: los colectivos de okupas. Éstos son fundamentales a la hora de movilizar la calle y, sobre todo, de calentar el ambiente. Desde hace varias semanas, tanto los CDR como los círculos políticos que le apoyan (la extrema izquierda radical) venían avisando de un Otoño Caliente. Y ese otoño ha llegado.
La CUP, en un medido comunicado de este viernes, arremetía contra las actuaciones policiales y , tras pedir la dimisión del consejero de Interior, Miquel Buch, y de pedir una respuesta política clara (“autodeterminación y amnistía”), hacía un llamamiento “a la desobediencia civil y a perseverar en la movilización masiva y sostenida en el tiempo”.
Para su estrategia, los CDR cuentan con la simpatía de Arran, que agrupa a los jóvenes de la CUP. Esta organización lanzaba una seria advertencia en la tarde de este viernes: junto a una fotografía de la jornada, con columnas de humo sobresaliendo del perfil de Barcelona, un aviso estremecedor: “Quinto día de protestas. ¡Organizamos la rabia, la lucha es el único camino!”. El paralelismo con la advertencia de los CDR es evidente.