Una chica de 15 años explicó al terapeuta Francesc Perendreu que su pareja no quería que se tomara nunca la epidural. Para él, no le hacía falta para dar a luz. Le aseguró que le cogería de la mano y la protegería. “Cuando le pregunté si esa actitud le parecía positiva, respondió: ‘Como me quiere tanto…, supongo que sí, que está bien’”, recuerda Perendreu. Y, acto seguido, recalca: “Eso es adicción afectiva”.
Perendreu comparte estas palabras en una terapia para personas con este tipo de dependencia a la que ha asistido Metrópoli Abierta junto a cuatro pacientes. Tiene lugar en la Associació Centre Català d’Adiccions Socials (ACENCAS), entidad que preside Perendreu desde 1991 y que trabaja para ayudar a personas ludópatas, compradoras compulsivas o adictas al sexo. O, como es en este caso, a otras personas.
QUERER MÁS AL OTRO QUE A UNO MISMO
El terapeuta detalla que esta adicción se manifiesta cuando uno es incapaz de abandonar una relación –ya sea de pareja, familiar o amistad – a pesar de que pueda implicarle consecuencias devastadoras, como que le maltrate psicológicamente. Todo vale –hasta tocar fondo infinitas veces– para no dejar de sentir ese éxtasis que le despierta su compañía.
La adicción afectiva puede surgir en una persona con poca autoestima y que, por tanto, busca el reconocimiento constante del otro. “No se quiere a sí misma, por lo que necesita que la quiera, aunque sea de cualquier forma. Tiene un objetivo en la vida: hacerle feliz. Eso hace que no mire por ella, que dependa de este y que ponga su felicidad en sus manos”, señala Perendreu. También agrega que esta clase de dependencia es recurrente entre mujeres con parejas adictas al juego o a las drogas, entre otros, y que la falta de autoestima suele tener origen en la infancia. “Puede que el padre haya estado ausente por trabajo, una separación o malos tratos y que la madre, por su parte, haya sobrevivido emocionalmente a duras penas”.
RELACIONES TÓXICAS
De vuelta a la terapia, la psicóloga de esta, Beatriz Hoces, indica a Metrópoli Abierta que el objetivo es que las participantes, que en esta ocasión son todo mujeres, se conozcan a sí mismas, refuercen sus valores, aprendan a valorarse y, así, recuperen esa autoestima arrebatada. Lucía –nombre ficticio– llega a la cita de este lunes con una sonrisa, es imposible no sentir cómo impregna el ambiente de su energía. A simple vista, difícilmente alguien diría que en los últimos años su vida ha sido algo equivalente a caminar por una cuesta atestada de pedregales. Su exmarido la maltrató psicológicamente y ha vivido situaciones similares con parejas posteriores.
Sentada en una silla, recuerda a este diario que todo comenzó en la infancia. No porque sus padres no le quisieran, sino porque estuvo muy sola desde el momento en el que diagnosticaron estrabismo a su hermana. Entre los cuidados y las frecuentes visitas al médico, su madre “no podía con todo”. Eso convirtió a Lucía en una niña muy independiente, “siempre estaba por allí”, pero lamenta que esa experiencia también le dejó "muchas carencias".
Pasados los años, cuando ya tenía edad para saber qué es el amor, reconoce que esas penurias hicieron que empezara a enamorarse muy fácilmente. “No confías en ti, pero confías en los demás. Y si la persona que quieres es un manipulador, acabas muy mal. La manipulación de mi marido llegó hasta tal punto que mis hijas me echaron de casa cuando cumplieron los 18 años”, lamenta Lucía, que al mismo tiempo repasa todo lo conseguido a lo largo de estos años: “Ahora ya las he recuperado. Soy una luchadora. Así que un día me dije: ‘si ya has llegado hasta aquí, solo puedes tirar adelante’”. No puede evitar hincharse de coraje.
PÉRDIDA DE LA IDENTIDAD
Uno de los efectos devastadores de la adicción afectiva es dejarse pisar, soportar casi cualquier agravio, para preservar la afectividad de esa persona. Perendreu trae hasta la terapia otra historia que lo confirma. Se trata de una mujer que le propuso a su novio tener un hijo juntos. Cuando estaba embarazada, él le repetía cada día la misma frase: “Eres una puta gorda de mierda. Qué asco me das”. Ella no acudió a Perendreu para tratarse, entender por qué era capaz de soportar esa denigración, sino para descubrir cómo podía cambiar a su pareja. “Pensaba que si le cambiaba, sería feliz”, apunta el terapeuta al hablar de una mentalidad recurrente entre las personas con este tipo de dependencia.
Otra de las consecuencias es no saber decir “no”. Como cuenta otra de las pacientes, Maite –nombre ficticio–, “te dejas llevar, haces lo que el otro quiere por mucho que no te apetezca. Si no lo haces sientes que le perderás”. Ella fue maltratada psicológicamente por su expareja y por la actual, que también es adicto a la cocaína.
Ante las intervenciones de las asistentes de esta tarde, Perendreu añade que el maltratador actúa con el objetivo de hacer sentir a la otra persona que los males de su relación son su culpa, que no es lo suficiente buena para él o que no lo ha querido como se merece. Un tipo de maltratos que, como todos los demás, pueden estar vinculados a haber vivido situaciones similares durante la infancia. En otras palabras, en estas circunstancias la víctima puede terminar convirtiéndose en el verdugo. “A mi exmarido le pegaban de niño y mira cómo le dio la vuelta a la vida”, sostiene Lucía.
VIOLENCIA PATRIARCAL
Además de los primeros años de vida, Perendreu admite que la violencia machista también es fruto de la cultura patriarcal. Lamentablemente, sobran los ejemplos que la retratan. Maite escuchó en una ocasión como una mujer le decía a la otra: “si tu marido no te pega es que no te quiere”. Marta –nombre ficticio–, también paciente de la terapia, subraya que “a lo largo de los años nos han enseñado que los celos son amor”. Y Lucía asegura que cuando quiso denunciar a su marido por malos tratos la policía le contestó: “algo habrás hecho”. Después le hicieron un test psicológico.
A pesar de la soledad y el sufrimiento que cuelga tras cada una de sus experiencias, Perendreu les recuerda que son “supervivientes”. Lucía es una de las que ha alcanzado parte del objetivo de la terapia: sentir indiferencia hacia la persona que tanto dolor le ha provocado. “Ahora mi hija celebrará su aniversario, cumple 30 años. Su marido me ha avisado de que coincidiré con mi exmarido. Le he respondido: ‘¿y qué? Ella es la protagonista'”, dice.