Represión de libertades y extorsión económica. Dos constantes de la ocupación de Napoleón en…Barcelona. La ciudad fue sometida durante la llamada Guerra del Francés, entre 1808 y 1814. Fueron 2.297 días de sometimiento al Emperador francés, que describe y analiza el periodista Jesús Conte en Barcelona sota la bota de Napoleó (Tibidado Edicions), un trabajo de investigación en el que se vive y casi se huele la Barcelona de la época. Muchos de los barceloneses se adaptan como pueden a las nuevas circunstancias, y la élite comercial, fabricantes y comerciantes tienen claro que deben colaborar, porque se les abre un mercado nuevo, el de Francia, mientras que los funcionarios también se prestan: el temor de lo que había ocurrido en la revolución francesa estaba muy presente.

Barcelona albergaba en ese momento a 135.000 almas, dividida en cinco grandes barrios que ocupaban 1.550 hectáreas. La ciudad vivía intramuros con murallas que se cerraban por la noche. Había de diversas etapas, desde la época romana y la medieval (siglos XIII y XIV), con sucesivas reformas. Pero el estado de necesidad y la presión a que se sometió, con la ocupación de Napoleón, a los industriales, comerciantes y nobles llevó al cierre de fábricas y comercios, “a la paralización casi total del puerto y a un despoblamiento generalizado”, como apunta Conte. En 1814, Barcelona se quedó con 36.000 habitantes, una cuarta parte de la población de seis años antes.

Portada del libro de Jesús Conte



Lo que cuenta Conte es que Barcelona fue ocupada y gestionada directamente por París en el transcurso de una guerra inesperada, porque fue el propio pueblo español y también el catalán el que luchó en contra del ‘francés’, que se había presentado, inicialmente, como el aliado de España para combatir en Portugal contra Inglaterra. La situación de Barcelona se complicó todavía más entre 1812 y 1814 –Napoleón ya había caído—al quedarse aislada respecto al resto de Cataluña. Los catalanes del interior, armados, luchaban junto al Ejército español, y también con la armada inglesa para liberar la ciudad. Y entre las murallas los que intentaban resistir el yugo francés acababan fusilados o colgados en la horca. El hecho es que Barcelona era gobernada desde París, a pesar de que la ocupación de Napoleón en España había derivado en un cambio de corona, la que ostentaba su propio hermano, José I Bonaparte.

La gestión tuvo sus luces y sombras. Conte incorpora en el libro un mapa desplegable con ilustraciones en las que se comprueba el emplazamiento de los principales escenarios, los que ocuparon los franceses, y permite revivir cómo se desarrollaba la vida cotidiana en una Barcelona que vivía encerrada en sus propias murallas, con dos grandes protagonistas: los barrios del Raval y Ciutat Vella.

IMPLICACIÓN DE NAPOLEÓN

El Palau Marc, sede actual del departamento de Cultura de la Generalitat, fue ocupado por el comandante jefe, el general Duhesme, y el Palau Moja, esquina con Portaferrissa, por el general Joseph Chabran. Y toda la población buscó cómo acomodarse ante una situación inesperada, con mayor o menor intensidad.

Conte señala que hubo intentos de acercamiento con la población local. Aunque los casos de disidencia se castigaban con dureza, con la pena de muerte, el destierro o condenas en el castillo de Montjuïc, los comandantes-jefes ensayaron algunas prácticas, como la catalanización del Diario de Barcelona, que se publicó en catalán y francés, o el uso de la bandera junto a la bandera francesa.

El periodista, que ejerció como jefe de prensa de Jordi Pujol, ha aprovechado el año en el que se cumple el 200 aniversario de la muerte de Napoleón (1821) para aportar su grano de arena con una relación poco conocida, la que se estableció entre el propio Napoleón y Barcelona. Conte señala a Metrópoli que una de las cuestiones más sorprendentes, tras los trabajos de investigación, “es el grado de detalle y de implicación de Napoleón, que supervisa y ordena cosas aparentemente nimias, en particular con todo lo relacionado con la organización militar y las responsabilidades de cada uno de sus servidores”.

El Palau Marc, en la Rambla, fue ocupado por el comandante jefe, el general Duhesme / GENERALITAT



Como ocurriera en el resto de España, el pueblo no conocía los apaños de la corona española con Napoleón, y lo que había pasado en Bayona (1808). El emperador había ‘comprado’ la corona española a los Borbones, a Carlos IV y a Fernando VII. Y, por tanto, la idea que primaba era que los franceses habían invadido el territorio, una percepción que acabó en una gran verdad.

Con Cataluña, la relación de Napoleón fue distinta, porque quiso incorporar a Francia, directamente, los territorios “productivos” de España. Y dividió Cataluña en cuatro departamentos, siguiendo el modelo del resto de Francia. La reacción, en el caso de Barcelona, fue muy distinta. Los nobles, borbónicos, reaccionaron mal frente a la ocupación del Emperador, y conspiraron todo lo que pudieron. En el llamado complot de Ascensión (1810) fueron ejecutados cinco barceloneses acusados de preparar un desembarco británico que no se produjo nunca.

ALCANTARILLADO Y PAVIMENTACIÓN

Pero los comerciantes recibieron bien la nueva situación. Si Napoleón quería contar con Cataluña y Barcelona por su capacidad ‘productiva’ había que aprovecharlo. Ante ellos se abría la posibilidad de vender a Francia sus productos, que tenía una capacidad de consumir, en aquel momento, cuatro veces mayor que la del mercado español.

En el caso de los funcionarios, la adaptación fue mayor y más rápida. Existía un gran temor, como explica Conte en su libro, porque los franceses llegaban marcados por la época del terror en París, tras la revolución francesa. Se juró fidelidad ante el nuevo régimen para no perder el trabajo.

Y el nuevo régimen, como se apuntaba, buscaba algunas complicidades. El mariscal Augereau, el primer gobernador napoleónico en Cataluña, oficializó el catalán, proscrito desde el régimen borbónico en 1714. Las actas del Ayuntamiento de Barcelona se redactaban en catalán.

¿Pero, qué dejó Napoleón en Barcelona? En el libro se deja claro que uno de los grandes problemas de la ciudad era el saneamiento. Una ciudad cerrada, intramuros, generaba todo tipo de dificultades sanitarias. Y la administración francesa, desde París, legisló en cuestiones como el alcantarillado, el abastecimiento de agua potable, la pavimentación de las calles o la conservación de los alimentos en los mercados. ¿Y gustos gastronómicos? La bollería francesa, claro, se hizo un hueco en la ciudad para no abandonarlo ya nunca.

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