Una altura de 262 metros sobre el nivel del mar y una visión de 360º convierten al Turó de la Rovira en un mirador natural privilegiado. El espacio patrimonial del Turó de la Rovira supuso el arreglo patrimonial en un lugar de la ciudad hasta entonces bastante degradado, aislado y desconocido, donde se conservaba una batería antiaérea que defendió Barcelona de los ataques de aviación durante la Guerra Civil. Hoy se ha convertido en un mirador al que acuden cientos de visitantes, locales y turistas para hacerse selfies, colgar candados de amores efímeros apurando el último centímetro de la roca para hacerse con la foto más atrevida desde la alturas.
Una rutina contracultural que vuelve locos a los agentes que velan por la seguridad de este espacio, cada vez más abarrotado por los fanáticos del ego que han desbancado a quienes iban buscando un lugar para encontrarse con la serenidad.