Ahí están, abandonadas por sus dueños, dejadas alegremente a la intemperie para que el polvo y el oxido las vaya consumiendo lentamente con el paso del tiempo. Al final, como ya le ha ocurrido a una de ellas, tan solo quedará un triste esqueleto.

Pues sí se parece a un cementerio de bicicletas, aunque debería haber alguien en la ciudad que pusiera remedio. Más que nada para que aquellas personas que usan la bicicleta para desplazarse sepan que los lugares acondicionados para que las puedan aparcar están disponibles y adecentados. Si no, ¿para qué se ponen?