Carles Francino no es de los que buscan la felicidad entre platos pretenciosos ni en cartas con fuegos artificiales.
Para él, el auténtico placer está en los macarrones gratinados con carne que preparaba su madre. “Una leyenda”, los define. Con sofrito y trocitos de butifarra, son su comida favorita.
Una image de macarrones de archivo
“Soy exactamente igual de feliz comiendo en Diverxo que con los macarrones de mi madre”, afirma con naturalidad.
Cafetería, sobremesa y cero postureo
El veterano periodista de la Cadena SER reivindica el comer como acto placentero, más cercano a la conversación que a la supervivencia.
Cada día, unas horas antes de ponerse al frente de La Ventana, baja a comer a la cafetería de la emisora, Casa Mario, donde prefiere platos sencillos.
“Tardo entre ocho y diez minutos. No me gusta comer con prisas, pero tampoco hago de la comida un ritual sagrado”, confiesa.
Carles Francino en una imagen de archivo
Aunque se define como “disfrutón”, reconoce que los restaurantes de alta cocina le imponen un poco.
“Me siento un bárbaro. Disfruto muchísimo, pero me entra mala conciencia porque son alimentos muy sutiles y no sé si mi paladar los aprecia como debería”.
No cocina, pero le encanta ayudar
Francino no cocina. Lo dice sin pudor. “A mis hijos les hago tortillas, pasta, bocatas… pero no me gusta cocinar. Me gusta ayudar, hacer de pinche”.
Si montara un restaurante, lo tiene claro: “Sería el friegaplatos”. Lo suyo es comer, no impresionar. “Le tengo mucho respeto a la cocina, y nunca he tenido ni la habilidad ni las ganas”.
Alta cocina sin solemnidad
No obstante, ha comido en algunos de los templos más reputados del país. Ha estado varias veces en Diverxo, el restaurante de Dabiz Muñoz, a quien admira tanto como chef como persona.“David es un genio. Inquieto, autoexigente, muy honesto y vulnerable”, dice.
Dabiz Muñoz
También menciona con cariño Lera, en Zamora —“el gran templo de la cocina de caza”— y Lakasa, en Madrid, donde elogia la honestidad de sus creadores: “Triunfan con sencillez, con calidad y sin pedanterías. Es un restaurante que te hace sentir cómodo, sin postureo ni ceremonia”.
Los platos de su vida
Su memoria gastronómica está llena de sabores de infancia: los canelones de Sant Esteve, las lubinas que pescaba con sus hermanos, la perdiz encebollada de su madre y, sobre todo, los zorzales del Priorat con alioli que preparaba su padre en la casa familiar. “¡Buah! Eso era maravilloso”, recuerda con entusiasmo.
Cazador con contradicciones
Aunque practica la caza menor desde joven, Francino admite que tiene sus dilemas éticos. Solo caza piezas como conejos o perdices, y asegura que no sería capaz de disparar a un corzo.
“Si un día se prohíbe, dejaré de hacerlo. Pero tengo un sentimiento interno difícil de explicar. No es postureo, es algo emocional”.
“Tres horas en Lera y te reconcilias con el mundo”
Francino ve en la gastronomía un lenguaje universal. Incluso un bálsamo contra el ruido.
“A veces escuchas según qué discursos y piensas: métete tres horas en Lera o en casa de Martín Berasategui y sal cuando estés un poco más reconciliado con el mundo”, dice. “No lo digo con buenismo. Lo digo en serio”.
Ni calçots, ni pa amb tomàquet. En el universo culinario de Carles Francino no hay dogmas. Solo placer, sencillez y conversación. Y, por supuesto, un buen plato de macarrones.