El sol empieza a caer en el Park Güell y poco a poco los ríos de turistas que cada día transitan por el parque empiezan a ser sustituidos por corredores, jugadores de ajedrez y paseadores de perros, que aprovechan las últimas horas de luz (y las primeras de tranquilidad) para darse una vuelta antes de volver a casa. Todavía queda algún vendedor ambulante por si una transacción de última hora ayuda a cerrar la jornada con un poco más de holgura financiera, aunque sin demasiado éxito.
En la puerta principal, una decena de personas se prepara para una visita guiada que organiza el Museu d'Història de Barcelona (MUHBA) para explicar la historia que hay detrás del parque. La historia de “un fracaso comercial”, matiza Víctor, el guía. Y, al mismo tiempo, de la “genialidad” de Antoni Gaudí, que encontró la forma de convertir la colina del Carmel, que entonces era conocida como la Muntanya Pelada, en un hermoso paraje en el que el agua y la vegetación brotaban de un lecho de piedras.
UNA URBANIZACIÓN DE LUJO
El Park Güell fue concebido como una urbanización de lujo, una ciudad-jardín de estilo inglés (de ahí que el nombre del parque incluya una k) para las familias adineradas de Barcelona. Güell imaginaba un recinto de 60 parcelas en la que los apellidos más pudientes de la ciudad compartían sus tardes y momentos de ocio. La construcción del parque empezó en el año 1900, justo después de la gran anexión de Gràcia, Sant Andreu o Sant Gervasi, aunque por aquél entonces la gente aún “bajaba a Barcelona”.
Era muy común que la burguesía tuviera una segunda residencia en los antiguos pueblos alrededor del núcleo urbano, que les comía terreno a marchas forzadas por el desarrollo del Plan Cerdà y que poco a poco llegaba a la zona de los Tres Turons. Era un pelotazo urbanístico en toda regla, pero desafortunadamente para Eusebi Güell y Antoni Gaudí, casi nadie vio potencial en la urbanización. En 1906 el parque acogía a tres familias: las de los propios promotores y la del abogado Martí Trias, amigo de ambos. A pesar del estrepitoso fracaso, las obras de las zonas comunes continuaron hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial y, para entonces, el parque ya atraía a turistas y curiosos, que por el módico precio de 50 céntimos podían acceder al recinto.
UN PROYECTO A CUATRO MANOS
“Eusebi Güell y Antoni Gaudí fueron los artífices y casi coautores del parque”, defiende Víctor. El conde de Güell era un inquieto hombre de negocios con gran interés por el arte y la arquitectura que quedó encandilado por una vitrina que Gaudí diseñó en 1978 para de la Guantería Comella y que sería expuesta en la Exposición Universal de París. Desde entonces les uniría una gran amistad que también se tradujo en una prolífica relación profesional, como demuestra su intervención en varios proyectos de la familia (el Palau Güell, la cripta de la Colònia Güell o la entrada de su residencia).
El parque ocupa unas 15 hectáreas de dos fincas, la de Can Montaner de Dalt y la de Can Coll i Pujol, ambas compradas por el conde, en la cara sureste de la colina, con mucha luz natural y al abrigo de los vientos del norte. “Es una montaña mediterránea, muy rocosa y con varios arroyos”, señala el guía. “La idea de construir una urbanización donde la vegetación tiene tanto protagonismo era muy ambiciosa”. Y, sin embargo, Gaudí transformó aquél sitio inhóspito en un vergel en el que naturaleza y arquitectura se entrelazaban sin apenas conflicto.
EL AGUA Y EL PAISAJISMO DE GAUDÍ
La única manera de ajardinar una colina es con agua. Y mucha. Por suerte para Gaudí, la Muntanya Pelada quizá no tenía árboles, pero sí tenía arroyos. El problema es que el agua se filtraba y no había manera de cultivar nada, por lo que ideó un sistema para conectar todas las zonas de la colina y canalizar y almacenar el agua. El arquitecto hizo construir una sinuosa carretera que prácticamente rodeaba el parque y conectaba la entrada principal con todas las fincas.
Aprovechando el desnivel de 60 metros que había entre el pico de la colina y la entrada, la carretera contaba con tres viaductos situados en diferentes partes de la ladera (por eso se conocen como pont de Baix, pont del Mig y pont de Dalt) que no solo servían para llegar a las casas, tanto en carruaje como a pie, sino que formaban parte de una red de caminos y senderos que Gaudí utilizaba para dirigir el agua a una decena de depósitos repartidos por todo el parque, el mayor de los cuales se encuentra debajo de la Sala de les Cent Columnes (que en realidad solo tiene 86).
LOS MOTIVOS DEL FRACASO
No hay una explicación clara a por qué la ciudad-jardín de Güell y Gaudí sufrió un fracaso tan sonado. Algunas teorías dicen que la inestabilidad política de principios del siglo XX desaconsejaba comprarse una propiedad tan alejada de la ciudad. Otras aseguran que fue la rigidez de las normas que impuso Gaudí para construir las casas: la vivienda no podía ocupar más de 1/6 de la parcela y no podía superar cierta altura, todo con el objetivo de que siempre tuvieran buenas vistas y luz natural (reglas muy razonables, que, quizá, no fueron del gusto de gente acostumbrada a dar órdenes, no a recibirlas).
Es muy posible que fuera un poco de todo. En la primera década del siglo XX los cambios sociales iban muy deprisa y la burguesía catalana tenía multitud de zonas donde instalarse. Sarrià, la avenida Tibidabo, el Putxet, Horta o Sant Gervasi estaban mejor comunicadas con el centro de la ciudad y además no tenían restricciones a la hora de hacerse la casa. Sea como fuere, de haber salido bien la idea original, difícilmente se podría disfrutar hoy en día de un lugar tan extraordinario como el Park Güell, aunque haya que esperar hasta las nueve de la noche para no cruzarse con miles de personas que, cámara en mano, tal vez no saben que están fotografiando un bellísimo fracaso.
Noticias relacionadas
- La Abaceria se apaga a la espera de la reforma
- La plaza que no duerme ni deja dormir
- La plaza de Sarrià, impaciente por recuperar su biblioteca
- Las 10 mejores bravas de Barcelona
- La 'Barcelona anexionada' cumple 120 años
- Imágenes para recordar una ciudad que ya no existe
- Los mejores cruasanes de Barcelona