Con el paso del tiempo, algunas historias quedan sepultadas bajo el manto del olvido. Es el caso de Can Dimoni, un edificio con una larga trayectoria... y una maldición. Este inmueble, ubicado en el número 20 de la calle Josep Torres, en plena Gràcia gitana, sufrió una okupación, una posterior expulsión y, este julio –después de un buen lavado de cara–, reabrirá convertido en un edificio con pisos de lujo.

Empecemos por el principio: el nombre, Can Dimoni. Cuenta la leyenda, respaldada por el Taller de Historia de Gràcia, que en 1892 vivía un empresario llamado Agustín Atzerías. La fortuna le sonreía y dinero no le faltaba al hombre que, de la noche a la mañana, vio como todos sus negocios se desplomaban. Sumido en la miseria, no podía afrontar el coste de las reformas encargadas en su domicilio y, por eso, decidió hacer un pacto con el diablo: vendió su alma a cambio del dinero que le faltaba.

Después de ese pacto, el protagonista de la historia ganó el primer premio de la lotería, y así pudo terminar sus reformas y volverse a llenar los bolsillos. Parece ser que el diablo cumplió con su parte, y a modo de agradecimiento, Atzerías le rindió un homenaje: colocó unas cabezas de demonio sobre las puertas del edificio y pintó unos grandes murales con escenas infernales en la fachada. Los vecinos nunca aprobaron las ornamentaciones y de ahí brotó el nombre con el que se conoce el edificio a día de hoy: Can Dimoni.

SE VENDE BAJO: DOS MILLONES DE EUROS

Ahora Can Dimoni es un emblema en la tradicional Gràcia gitana. Pero a partir de este mes de julio se convertirá en una residencia de personas que, como Atzerías, viven holgadas. Hayan pactado con el diablo o no. Metrópoli Abierta descubre que en su interior se ubicarán siete viviendas de alto standing y cinco de ellas ya están vendidas. Solo quedan los extremos por vender: el ático y el bajo. Por medio millón de euros y dos millones de euros, respectivamente.

Detalle de una de las pinturas en Can Dimoni | HUGO FERNÁNDEZ



La agencia inmobiliaria que está detrás de la costosa venta es Norvet, una conocida empresa que compra edificios antiguos y los convierte en viviendas modernas. Sobre todo se fija en los que están ubicados en las zonas más céntricas (y bohemias) de Barcelona: véase el Gòtic, véase Sagrada Família, véase Poble-sec, donde ha causado fuertes dolores de cabeza a algunos vecinos que denuncian un “mobbing constante”. Véase Gràcia. Su presencia es omnipotente. ¿Es Dios, es el diablo?

Decidimos contactar con la agencia para averiguar más sobre el edificio. Primera reacción: los trabajadores no hablan español, “only English”. Este descubrimiento nos conduce a una evidencia: el comprador es extranjero. Recibimos respuesta al día siguiente de un trabajador que sí habla español, “a little bit”.

Descubrimos cómo son los pisos. La planta baja, que da justo a la plaza del Raspall, se vende por dos millones y cuenta con tres habitaciones, tres baños, 200 metros cuadrados de zona interior y otros 200 de exterior con –¡atento!– piscina. El ático, que se vende por medio millón porque “está de oferta”, es más “modesto”: consta de 48 metros cuadrados de interior con un solo dormitorio y una zona exterior de 50 metros cuadrados. Le preguntamos al interlocutor quiénes vivían ahí antes. No responde. Quizá no entendió la pregunta, pero no quiso añadir más.

Un guardia de seguridad custodia el edificio Can Dimoni | HUGO FERNÁNDEZ



LA ERA OKUPA EN CAN DIMONI

En el mismo escenario, antes de que se instalara Norvet, se sucedieron hechos turbulentos. En 2015, un grupo de jóvenes okupó el edificio maldito hasta que el 14 de abril de 2016 la empresa Desokupa les expulsó del inmueble. Can Dimoni se convirtió en la pesadilla de los okupas. Después de ese acto que conllevó grandes polémicas por las presuntas “amenazas, coacciones y organización criminal”, el Observatorio de Drets Econòmics, Socials i Culturals (DESC) presentó una querella que el juzgado de instrucción número 31 de Barcelona admitió.

¿DÓNDE SE SITÚA EL AYUNTAMIENTO?

El Ayuntamiento de Barcelona se indignó con el caso y el teniente de alcalde, Jaume Asens, opinó públicamente que “los trabajadores de estas empresas como Desokupa se presentan como mediadores pero su actitud es de coacción”. Investigando descubrimos que ahora el mismo Ayuntamiento publica en su web información sobre la restauración de las pinturas del edificio.

Según indican, el proyecto finalizó 6 de abril “a cargo del equipo formado por Cristina Macho y Elena Moral, en su día responsables de la restauración de la Casa Cerdà”. El consistorio se atribuye así unas obras que, tal como han asegurado a este medio, no han financiado, aunque sí que han hecho el seguimiento, siendo cómplices de la situación. El caso es que Can Dimoni, un lugar emblemático con una larga historia detrás –con maldición o sin– se ha convertido en un edificio de lujo, el hogar de los ricos.