Balaciart y el dragón, una historia de hierro forjado
En el número 55 de Pi i Margall, un dragón custodia el taller y el domicilio de un gran maestro forjador poco reconocido, que participó en algunas de las obras modernistas más conocidas de Barcelona
2 diciembre, 2018 09:39Noticias relacionadas
Un fiero dragón con el cuerpo cubierto de grandes escamas custodia una de las dos puertas de entrada del número 55 de la calle de Pi i Margall. Esculpido en hierro, entre barrotes y motivos florales, y sobre un fondo rojo, abre feroz las fauces y saca la lengua viperina entre sus afilados dientes, agarrado con las patas delanteras a lo que parece ser una llave, erguido y desafiante en su papel de guardián y custodio. Pero ¿de qué o de quién?
La respuesta tiene nombre propio y puede leerse más arriba, por encima de la cabeza de la bestia, en grandes letras de forja. En el barrio esta casa es conocida como Can Balaciart y, aunque para muchos fue simplemente una cerrajería, tras esas puertas de hierro trabajado se esconde en realidad el taller y el domicilio del que fue un maestro forjador, aunque poco reconocido; un artista casi en el anonimato, a pesar de que participó en algunas de las obras modernistas más conocidas de Barcelona.
El taller cerró hace casi 30 años, pero su propietario, Joan Balaciart, siguió trabajando de puertas adentro hasta su muerte, en 1994, a punto de cumplir los 98 años. “Trabajaba el hierro todos los días, desde la mañana hasta la noche, y cuando la edad ya no se lo permitió, porque la forja necesita mucha fuerza, que a él ya no le quedaba por la edad, bajaba al taller, subía la persiana a la misma hora de siempre y se sentaba en una silla hasta la hora de cerrar”, cuenta Montse Llorens Balaciart, la nieta mayor del cerrajero. Montse tiene 67 años y es la hija mayor de Joana quien, a sus 94 años, continúa protegiendo el legado de su padre, con el que vivió incluso después de casada, junto a su marido y sus tres hijos –Montse, Joan y Albert, fallecido hace cinco años—en la casa familiar. Cariñoso a su manera, el abuelo era “todo un carácter, un hombre de armas tomar que imponía y se hacía respetar”, afirma la nieta.
Los vecinos más antiguos del barrio tienen muy presente a Balaciart, el cerrajero del barrio, pero pocos saben que más allá del profesional que realizaba los encargos para la gente del barrio -rejas, balcones, sillas, bufets…-- estaba el artista, el inagotable creador. Genio y figura, el maestro Balaciart se forjó a sí mismo, como el hierro que moldeaba sobre su yunque, golpe a golpe.
UN ARTISTA EN LA SOMBRA
Los Balaciart llegaron a Catalunya como herreros de caballos del ejército napoleónico. El patriarca de esta rama catalana se instaló en Peñíscola, y uno de sus descendientes, se trasladó a Gracia (entonces municipio independiente). La familia no perdió su relación con la rama de Peñíscola. De hecho, su quinto hijo, Rafel, se casó en esa localidad con Vicenta Albiol en 1888 y volvió a Barcelona para instalarse en el mismo barrio que sus padres, pero en la calle Encarnació. Rafel no siguió la tradición familiar, y poco podría sospechar que la saga continuaría a través del cuarto de sus 12 hijos --cinco de ellos murieron antes de cumplir los 2 años--, que curiosamente se llamaba como el abuelo y el bisabuelo: Joan. Aunque Joan se inició en el mundo laboral en oficios que nada tenían que ver con el hierro, con 13 años empezó a trabajar en la cerrajería de Can Basora, en la calle Pau Claris. Allí aprendió a manejar la fragua e inició el que sería su periplo por diferentes talleres, en un aprendizaje constante de las técnicas relacionadas con el que acabó siendo su oficio (tornería, forja, repujado, fresado, soldadura…). Esta adquisición de conocimientos a base de su tesón y esfuerzo por aprender, junto con su destacada creatividad y la perfección de la ejecución, le llevó a convertirse en un auténtico maestro forjador, pero no uno cualquiera, sino aquel para el que ningún reto era imposible. Así fue como acabó siendo el responsable de la sección de forja y repujado de los talleres Ballarín, la empresa más reputada en su sector en la época (principios del sigloXX).
Entrada del Casino de Sant Pere de Ribes. Foto: Inma Santos.
Como empleado de Ballarín, participó en la decoración de la casa Pich i Pon, del cine Coliseum de Gran Via, de la Escola Municipal de Música, de la Banca Arnús Gari, en el paseo de Gràcia… Allí conoció en 1917 a los hermanos Panyella, dibujantes en aquel tiempo muy solicitados y conocidos, a través de los cuales empezó a aceptar encargos particulares para la empresa Guillermo Bassó; los hacía en sus horas libres y en el patio de su casa. Fruto de esa relación fueron algunos trabajos como el de los ventanales de la estación de Francia y algunas piezas de hierro para la delegación de Hacienda de Via Laietana.
En 1921, Balaciart ganó el primer premio de un concurso organizado por el Gremi de Serrallers i Ferrers --del que fue jurado el mismísimo Santiago Rusiñol-- con una arqueta: se llevó la medalla de plata, diploma y 300 pesetas de la época. Poco después, tras algún intento fallido, abrió su propio negocio, en la calle Ventalló, 64, ya como maestro forjador. “No cal fer publicitat. El seu treball sols ha sofert un petit lapse pel necessari trasllat. Ara és un lloc adient on es mourà folgadament. El dring de l’enclusa sona com un cant d’al·leluia i el seu ressò és escoltat arreu de la ciutat. Can Ballarín, Soriano, Tierre, Sàrrias, Cuyàs, Oriola, Pere Martí i una més llarga llista van a en Balaciart, a l’artista, a fer les comandes de treball de forja i repujat, quan el compromís de responsabilitat ha d’ésser assumit amb garantia”, explica Francesc Fons en la biografía que escribió, patrocinada por el Gremi de Serrallers i Ferrers, con motivo del 90º aniversario del maestro forjador.
Balaciart era un admirador de Gaudí y tuvo la suerte de participar en los trabajos de las farolas del paseo de Gràcia, obra de uno de sus discípulos, Falqués. También contó con el favor de otro de sus maestros favoritos, Josep Puig i Cadafalch, para el que trabajó en esta época en la elaboración de las águilas en la fachada posterior del Palau Nacional de Montjuïc, por encargo de los talleres Ballarín. Para los talleres Sàrrias hizo en 1929 las puertas y enrejados del Casino de Sant Pere de Ribes. Obra suya, aunque anterior son también todos los trabajos en hierro del Convento de Misioneros del Cor de Maria (Sant Antoni Mª Claret).
Detalle de una farola del paseo de Gràcia / INMA SANTOS
Barcelona fue creciendo y creciendo, y el Eixample del Pla Cerdà se difuminó; se borraron los grandes parques y jardines proyectados y su lugar lo fueron ocupando edificios y más edificios que requerían de puertas, rejas, balcones y barandas para las que solicitaban los servicios de Balaciart. Mientras, el artista seguía buscando un terreno donde hacer realidad su sueño de construir una casa en la que instalar su domicilio y su taller.
SU OBRA MÁS ÍNTIMA Y PERSONAL
Su sueño se hizo realidad en 1946, cuando se instaló definitivamente en la casa que él mismo construyó ladrillo a ladrillo sobre una parcela que adquirió tres años antes en la calle Sabino Arana, una calle recién abierta -actualmente, Pi i Margall--. Ya recuperado de la muerte de su hijo barón –falleció por enfermedad en 1940, con 19 años--, Balaciart es de nuevo el hombre capaz de llevar a cabo tres y cuatro proyectos al mismo tiempo. “Hi ha de nou pressent altre projecte de futur. L’home entén que no ha de caure vençut. Ell fa d’arquitecte, paleta i manyà. L’estructura de la nova llar ha de tenir espais on càpiga el seu nou estatge, junt amb tot el conjunt d’obres fetes de mobiliari i d’adorn ja realitzades; sols li manca fer el llum i la vitrina del menjador. Cal que l’art presideixi aquel entorn, i rebi l’homenatge permanent pel que tant ha lluitat el Mestre perquè sia realitat”, resume el autor de su biografía.
Can Balaciart es su mejor obra de arte, la más personal y anónima, en la que aplicó todas y cada una de las técnicas aprendidas y conocidas. Es la culminación de un proceso de afianzamiento profesional después de muchos años de aprendizaje que le elevó a la excelencia en su sector y le convirtió en un artista, aunque nunca ha sido lo suficientemente reconocido. “Su carácter tuvo mucho que ver en ello, creo yo. El abuelo siempre fue muy receloso y desconfiado, no era muy dado a mostrar abiertamente lo que creaba y para quién lo creaba”, afirma Montse. Sí, es cierto que el noticiero No-Do le dedicó un reportaje en 1971; que sobre él escribieron autores como Francesc Fons, Lluís Permanyer, Maria Carme Vila o Josep Maria Espinàs, y que en 1982 recibió la medalla al mérito en el trabajo. Pero, aun así, pasó y sigue pasando desapercibido. Su trabajo era su vida, y vivía para crear, pero se quedaba de puertas para adentro, en su casa. “L’home que no va vendre mai la seva imatge, ens l’ha oferta per col·laborar a assolir una convivencia humana, noble, oberta, dialogant, de participación col·lectiva. Ni l’orgull ni la vanitat han niat dintre seu”, escribía el autor de la biografía que le regaló el Gremi de Serrallers i ferrers, en 1986.
Allí continuó ganándose la vida atendiendo a los encargos diarios del vecindario y también los más artísticos para grandes obras arquitectónicas, aunque sin alardear de ello. Y, entre encargo y encargo, Balaciart dio rienda suelta a su creatividad y produjo sin parar, para vestir su casa, para los suyos y para él mismo. Así, elaboró centenares de piezas decorativas que fue guardando en su taller y que los descendientes del artista –a quienes pertenece actualmente la finca–- han decidido conservar en su interior tal y como él lo dejó al morir.
Objetos varios esculpidos en hierro del obrador de Balaciart / MONTSE LLORENS BALACIART
La mesa de herramientas, el fogón, el yunque, los materiales para trabajar… trasladan a otra época, una época de oficios artesanos. En el taller y el recibidor se conservan piezas del autor, desde caracoles, campanillas y otras formas a otras piezas curiosas como retratos de hierro repujado de personajes populares como Johan Cruyff, Jordi Pujol, Pasqual Maragall, Ronald Reagan… También originales y únicas obras de arte como una reproducción del Guernica Picasso y otra de La Gioconda, así como varias representaciones de la leyenda de Sant Jordi.
El domicilio es por sí solo un museo. En su interior se conservan todos los elementos y mobiliario de hierro forjado que realizó su propietario a lo largo de los años: sillas, armarios, lámparas, camas, objetos decorativos que van desde centauros, sirenas, cuadros y espejos….
A la izquierda, un mueble con espejo, una camapanilla y un ramo de flores de forja; a la derecha, una escultura con dos sirenas sobre peana / MONTSE LLORENS BALACIART
Y, por supuesto, flores y dragones, dos elementos por los que sentía gran atracción -“Al abuelo le encantaban las flores y los dragones: era una obsesión. Los imaginaba y los dibujaba continuamente y luego los forjaba una y otra vez”, explica Montse. De hecho, ya en sus primeros años como aprendiz en can Pere Martí, un taller de la Travessera de Gràcia, ya se ofreció a ayudar a uno de los forjadores para llevar a cabo la figura de una de estas bestias fantásticas. “El drac és l’expressió i vigoria d’una fermesa irreductible. En ell es viu aquest desig, car és l’animal representatiu del signe altiu i orgullós, de la realització de tot el que sigui imaginatiu, sia en la grandesa, sia en la belleza; sia en l’honor, sia en la tenacitat. El seu art pren vida per ésser etern. És trametre encís i goig amb flors que no es marciran”, explica Forn en su biografía.
Dragones que decoran la casa / MONTSE LLORENS BALACIART
Dragones que decoran la casa / MONTSE LLORENS BALACIART
Dragones que decoran la casa / MONTSE LLORENS BALACIART
Sea como fuere, varios ejemplares campan a sus anchas por los rincones de su casa, y a uno de ellos, tal vez el más fiel –integrado en la puerta que empezó a forjar en 1924 en sus horas libres y que instaló en 1925 en su primer obrador--, aquel que le siguió desde la calle Ventelló, confió Balaciart la guardia y custodia de su mejor obra: su casa.