Los Kinks tenían una canción que definía muy bien los peligros de abusar de la priva, Demon alcohol, y cuando yo bebía en serio, solía notar los efectos del demonio del alcohol por las mañanas, al despertar. Dando muestras de un sentido de culpabilidad muy católico -lo compartimos con los judíos, pero no con los calvinistas y protestantes en general, gente práctica que no está para arrepentirse de nada-, al abrir un ojo en una mañana de resaca, me hacía una imagen exagerada y equivocada de los acontecimientos de la víspera que me hacía sentir un idiota autodestructivo que estaba echando su vida a los cerdos (luego resultaba que no había hecho nada censurable y que todo el mundo me había encontrado graciosísimo y extremadamente simpaticón). El caso de Álex Pastor, alcalde de Badalona, es totalmente distinto: lo que sin duda le pasó por la cabeza al despertar en el calabozo de la comisaría de Les Corts se ajustaba por completo a la realidad: el hombre se había caído con todo el equipo y era el único responsable de su desgracia, ya que la metedura de pata había sido de traca. Ser el alcalde de una ciudad de provincias de cierta importancia y acumular motivos para el cese fulminante -saltarse el confinamiento, plantarse en Barcelona, conducir haciendo eses con una tajada de capitán general, enfrentarse a la autoridad y morder a un mosso d´esquadra…- debió ser lo primero que le pasó por la cabeza a nuestro hombre. Ahora todos dicen que se veía venir y que eran del dominio público sus adicciones -se insinúa alguna más, aparte del alcohol-, pero no sé si alguien se tomó la molestia de comentarle la coyuntura cuando aún se estaba a tiempo de evitar la catástrofe. Indudablemente, se ha ganado a pulso la dimisión y la expulsión del PSC, pero como ex beodo, no puedo evitar sentir por él cierta compasión, aunque yo, a lo máximo que llegué en mis wild years fue intentar parar un semáforo en verde que había confundido con un taxi que, incomprensiblemente, se resistía a ponerse en marcha, recogerme y trasladar a casa mis restos mortales.

Sé que lo suyo no tiene perdón de Dios (ni del votante medio de Badalona), pero no puedo evitar pensar en ese despertar infernal en un calabozo del barrio de Les Corts. Mucha gente acaba echando su vida a los cerdos, pero son pocos los que pueden detectar el momento exacto en que su vida se fue a la mierda. Al señor Pastor se le va a caer el pelo big time, y lo del mordisco al mosso no le va a ayudar, pues pegar bocados a la gente es algo que solo se disculpa en el mundo del fútbol, donde un crack como Luis Suárez se ha construido una brillante carrera sin abstenerse de morder a sus semejantes. Badalona tendrá un nuevo alcalde y Pastor pasará al olvido (lo antes posible, si depende de sus camaradas del partido). Quedará como un irresponsable y nadie pensará en su breve obra de gobierno, de la que no sabemos nada. Pero yo, como dipsómano jubilado, siempre lo recordaré como el hombre que despertó una mañana entre rejas y lo primero que le vino a la cabeza fue que su vida política (y puede que personal) se había ido al carajo por culpa de ese demonio del alcohol que tan bien conocía Ray Davies, el líder de los Kinks.