Así me quedé cuando ayer Metrópoli Abierta informaba de un nuevo subidón impositivo en Barcelona. El dicho coloquial no tiene vericuetos y todo el mundo lo entiende. Ir a mear y no echar gota, es una forma de mostrar sorpresa y estupefacción ante un hecho. Y así quedé, sorprendido desagradablemente.
Leí la información en un par de ocasiones para ser consciente de que no era una tomadura de pelo. Y no lo era. La realidad es tozuda y pone a cada uno frente al espejo. Después de contarnos cientos de veces que el recibo del agua ha subido por culpa de la compañía, que nos cobra con nocturnidad y alevosía de más, la recurrente acusación por parte de Eloi Badia, que como siempre elude su propia responsabilidad y extiende una cortina de humo sobre su propio reglamento causante del desaguisado, volvemos a ver que su acusación es falsa. Que el recibo del agua sube, off course, pero sube por las tasas municipales y metropolitanas que nos las cuelan de rondón.
El recibo del agua no sube porque suba el precio del metro cúbico y si hay algún cobro excesivo, éste radica en que la reglamentación de la AMB no tenía previsto en ningún momento una situación como lo actual. Esto es quizás una excusa porque la situación era imprevisible, pero camuflar la subida impositiva con ataques a la compañía solo responde a la animadversión del señor Badia y su cruzada contra AGBAR. Cruzada en la que vale de todo. Desde mentiras arriesgadas a referéndums falseados, amén de ataques continuos a una empresa, cuando lo sensato sería sentar, y asentar, las bases de colaboración de lo público con lo privado. La única forma de salir del agujero dónde la pandemia nos ha situado, y llámenme agorero, donde estaremos más tiempo del que quisiéramos. En conclusión, el recibo del agua sube porque se ha convertido en un container dónde el ayuntamiento y el Área metropolitana ponen todo tipo de impuestos y gravámenes que son municipales, pero que los munícipes colocan en el recibo del agua para que el consistorio pase desapercibido y el culpable señalado. Como no, la compañía suministradora.
Los más afectados por la crisis, desde el pequeño comercio, las peluquerías, los centros de estética, bares, restaurantes y centros deportivos, son objeto de fuego graneado por parte del consistorio. Una nueva tasa, muy justa y muy necesaria según el equipo de gobierno, va a dar un nuevo varapalo a los que están padeciendo una de las crisis más profundas. Dicen que en España, y Barcelona no es una excepción, existe un bar por cada 175 ciudadanos. Tras la crisis y el aumento de impuestos por parte del “muy de izquierdas” ayuntamiento, esta ratio quedará muy tocada, sin lugar a dudas. Un 10% más en los impuestos es como un mazazo para quienes llevan cerrados meses y cuando abren están sometidos a restricciones. Es un mazazo porque no hay ingresos y la posibilidad de tenerlos como los que recaudaban en marzo de 2020 queda muy lejos y con todas las incertidumbres.
Colau y Badia se presentan como los progres, activistas contra el cambio climático, adalides en la lucha contra el coche, y como los más activos en contra de las empresas, aunque solo algunas, que “nos roban” casi por deporte según el argumentario del señor Badia. Son todo esto y mucho más. Menos gobernantes. Hace unas semanas pedía desde esta tribuna que la alcaldesa liderara la recuperación. No parece que tenga intención de hacerlo. Ella va a lo suyo, aunque con lo suyo deje al pairo a miles de barceloneses. Jaume Collboni, su socio en el gobierno, marca distancias -y algún éxito puede alcanzar como la más que previsible reapertura de la Vía Laietana -un fiasco con tintes de ceguera supina-, los acuerdos con los restauradores con sus terrazas -que la pandemia han dejado en agua de borrajas-, pero poco más. Quizás ya no vale sólo con un puñetazo encima de la mesa. Hay que poner coto a los desmanes, transvestidos de una supuesta igualdad. Penoso, este nuevo impuesto. Es más que dudosa su progresía y es un varapalo descomunal a los comerciantes. Colau va a lo suyo y lo sorprendente es el seguidismo de los partidos presentes en el consistorio, una oposición débil que solo se mueve por veleidades, y un equipo de gobierno que hace del seguidismo una losa para una ciudad que de serlo casi todo ahora está raquítica. Por cierto, del liderazgo nada de nada. Lo dicho, para mear y no echar gota.