La primera intención del gobierno catalán era que el fin de semana que viene los barceloneses pudieran salir de la ciudad. Eso sí, sin ir muy lejos. Dado que pensaba limitar la movilidad a ese anacronismo llamado comarca, su capacidad de desplazamiento hubiera quedado reducida a Barcelona y a otras cuatro poblaciones: Badalona, Sant Adrià, Santa Coloma y Hospitalet. El territorio demográficamente más denso de Cataluña y, por lo tanto, con mayores posibilidades de contagio. Al final, sin embargo, parece que se inclina por no permitir ni eso: sólo la ciudad, que así estarán más juntos y revueltos. Vayan donde vayan, estos catalanes correrán el riesgo de pillar el virus, purgando no haber votado a partidos independentistas, aunque bien pudiera ser que el odio carlista a Barcelona no se deba al voto sino a que representa la modernidad que ellos aborrecen.

En ocasiones anteriores, el ejecutivo autonómico optó por divisiones extrañas como las unidades sanitarias que apenas nadie conocía. Ahora duda entre las comarcas y la nada, que viene a ser lo mismo. La división comarcal tiene ya un siglo, pero ellos la siguen defendiendo como tradicionalistas que son. No importa que el mundo cambie, un buen conservador se aferra a cómo fueron siempre las cosas, aunque ese siempre sea inventable y móvil. Según convenga se dice que Cataluña tiene mil años o que la opresión “nacional” empezó en 1714. A lo que parece cuando los Austria, imperaba la democracia más igualitaria. Con el beneplácito de la Inquisición que, muy probablemente, les gustaría reivindicar y no se atreven. ¡Ahí es nada poder quemar a los nuevos herejes que niegan la existencia de la patria!

Limitar los movimientos de los barceloneses puede ser razonable y puede no serlo. Los criterios del Ejecutivo que preside y no preside Pere Aragonés nunca han sido públicos, en aras a la transparencia. Da la impresión de que las decisiones responden al humor del consejero o consejera de turno.

Un día se organiza un sorteo entre los autónomos y luego se cierra el grifo. Igual los amigos ya han cobrado. ¿Cómo saber si los agraciados fueron de verdad los primeros en presentar la solicitud? Un día se decide que los locales culturales no pueden abrir y por la tarde se rectifica. Un día se convocan ayudas al sector cultural y por la tarde se anuncia que era un error y se anula la convocatoria. De modo que lo que sirve a la hora del desayuno queda anulado a la hora de la siesta.

Siempre con una coincidencia: Barcelona siempre sale mal parada.

Viene de antiguo. De cuando Jordi Pujol tenía dineritos en Andorra sin decírselo ni a su hermana, pese a que eran, según él, parte de la herencia del padre de los dos. Una de las primeras medidas del Gobierno convergente (que tenía ya entonces el apoyo de ERC) fue anular el plan de infraestructuras que incluía líneas de metro mucho más racionales que el resultado actual, aplazando que se diera servicio a barrios obreros que no votaban a los nacionalistas. Hicieron falta años para aprobar otro plan, que sigue con obras pendientes, entre ellas todo el trazado de la línea 9 cuando discurre (debiera discurrir) por la ciudad de Barcelona.

Afortunadamente, el gobierno es de ñigui ñogui y por eso, en general, prefiere recomendar que mandar, no sea que se note que carece de capacidad para ejecutar las medidas que sugiere. Un desgobierno (seguramente por incapacidad) que facilita que Barcelona, la ciudadanía, sobreviva a la persecución carlista. Desgobierno que se extiende al ayuntamiento.

He aquí un ejemplo de la eficacia municipal: estos días de otoño se procede en algunas calles a la poda del arbolado. Los operarios trabajan subidos a unas plataformas elevadas desde la que cortan las ramas que haya que cortar. Bien, pues en no pocas calles tienen que moverse constreñidos por las luces y los cables instalados con vistas a la navidad. Se mire como se mire, pura descoordinación. No es de extrañar que los barceloneses no se tomen las normas en serio vista la escasa seriedad de las autoridades.

Pero también cabe que, en el fondo, lo que los ciudadanos persigan sea precisamente el descontrol. Para bien o para mal, gobiernan los que recibieron los votos suficientes. No cabe aquello de “qué buen vasallo si hubiese buen señor”. Los barceloneses tienen los señores que han elegido. Los que hayan votado a los que gobiernan en su contra sabrán por qué lo hicieron, igual que los latinos que votaron a Trump.