¿Es el Área metropolitana de Barcelona un contrapoder frente al gobierno de la Generalitat? Su vicepresidente ejecutivo, Antonio Balmón, sostuvo esta semana que no, que la entidad tiene como divisa no pronunciarse contra nada ni nadie, sino trabajar “a favor de todo” porque el “no” es una pésima tarjeta de presentación. Lo tiene crudo. En la política española predomina la negación. Una negación en la que se han atrincherado varias formaciones: el PP, Vox, Junts y la CUP. ¡Qué bien se vive en el no a todo! Tiene una gran ventaja: permite no hacer nada y criticar a quien se mueva, porque algún fallo siempre habrá.

Balmón es también alcalde de Cornellà, una ciudad que estos días ha sido actualidad porque, tras el partido jugado por la selección española de fútbol en el campo del Espanyol, los carlistas se han volcado en las redes explicando que aquello está repleto de una población charnega, llena de inmigrados de todas partes y, por lo tanto, ni el club ni Cornellà son catalanes. No hay que rasgarse las vestiduras. Para los hiperventilados de costumbre no son catalanas la mayoría de las poblaciones del Area Metropolitana. Si pudieran, suprimirían el Área entera como ya hizo Pujol en su día con la Corporación Metropolitana.

El caso es que la AMB suma el 55% del PIB del conjunto de Cataluña y el 52% de la población. Un 52% de verdad, no como el imaginario que dice el independentismo que se da en el Parlament, logrado a base de sumar peras y alcachofas, sobre la base de una ley electoral tramposa que se mantiene, contra lo que dice el Estatut, porque beneficia a los de siempre. El 52% metropolitano, por el contrario, no ha dado nunca la mayoría al independentismo, de ahí que para éste ni siquiera cuente. No son catalanes.

Pero Cornellà es muy representativa de la Cataluña contemporánea, superadora de fronteras. Los carlistas no lo saben, pero el campo del Espanyol tiene una portería en Cornellà y la otra en El Prat, una muestra de que la colaboración es capaz de superar divisiones territoriales anacrónicas. La ciudad ha sido una fuente inagotable para la política catalana. Balmón es un ejemplo y de su ayuntamiento salió también José Montilla. En su instituto tradicional (hoy denominado Francesc Macià) se formaron ambos, igual que el alcalde de Sant Joan Despí, Antoni Poveda, que está también al frente de TMB. Eran alumnos en unos tiempos en los que estaban allí de profesores Pere Led --luego director general de Justicia Juvenil--, y Miguel Ángel Granada, uno de los mejores especialistas en el pensamiento renacentista. En Cornellà (en el barrio de Sant Ildefons, disfrazado como San Magín) situó Manuel Vázquez Montalbán una novela (La soledad del mánager). Allí encontraba un empresario sus particulares mares del sur. En ese mismo barrio, durante un mitin electoral, Julio Anguita echó una bronca descomunal a los asistentes porque se dedicaban a quejarse pero luego votaban a las derechas nacionalistas.

Cornellà era una de esas poblaciones vecinas de la gran Barcelona en la que en la fase del desarrollismo se instalaron, sí, muchas personas llegadas de todas partes. Las viviendas eran menos caras y el transporte no era del todo malo (tenía estación de tren) en unos años en los que el coche no era una propiedad universal. Iba camino de ser una ciudad dormitorio; si no acabó así fue por la gestión de consistorios de izquierdas en los años ochenta, gestión que prosigue en los municipios del Área Metropolitana. Hoy tiene, además del tren, líneas de metro e incluso de tranvía. Si algún día el AMB se configurase como entidad política, Cornellà podría ser perfectamente su capital. Aunque habitualmente se tiende al centralismo capitalino, a veces se consigue evitarlo: la capital de Extremadura se halla en Mérida; la de Galicia, en Santiago, y Antequera estuvo en un tris de convertirse en sede del gobierno andaluz.

Dijo Balmón que Cataluña está un poco mustia y que lo que ahora hay que hacer es vivificarla, impulsando el diálogo y la colaboración. Y terminó con una sugerencia que había seguido en su charla: los políticos tienen a veces la responsabilidad de callar porque es mejor calmar los ánimos que excitarlos.

Se comprende que este hombre, la entidad a la que representa y el municipio en el que vive no sean apreciados por las hordas carlistas, ruralistas y antimetropolitanas. Esas que son excluyentes y que se arrogan la exclusiva de la catalanidad. Esas que tienen la voluntad de no hacer nada, salvo gritar e insultar.