Las plegarias del pastor retumban entre las paredes de un edificio en L’Hospitalet de Llobregat. En verano, con las ventanas abiertas es peor. El sonido proviene del local de la primera planta donde decenas de personas acuden los domingos para celebrar la misa, aunque también está abierto varios días a la semana. El acto religioso en sí no supondría un mayor problema si no fuera porque el local no tiene permiso para realizar la liturgia cristiana.
Las supuestas irregularidades no se limitan a la presencia de este centro de culto ilegal. Fuentes vecinales señalan a Metrópoli el esperpéntico relato de un hombre que hace y deshace a su antojo perjudicando la convivencia de este bloque de viviendas.
ALQUILER DE RENTA ANTIGUA
En este pequeño edificio viven tres familias. Hace seis años este hombre compró el edificio entero. Para sorpresa de los vecinos, lo primero que hizo fue acometer una construcción de nuevo ilegal, sin ningún permiso, en la terraza comunitaria.
Una de las vecinas solía tender allí la ropa. En una ocasión le pidió de buenas maneras si podía retirar las macetas donde crecían algunas plantas. Se inventó una excusa que ahora su hija no recuerda, pero le hizo caso. Días después comprobó que no podía abrir la puerta del terrado. Había cambiado la cerradura. Allí se torció todo.
Lo que allí instaló el dueño del edificio fue una vivienda con, aparentemente, todas las comodidades. En esta casa se instaló una familia escogida por este hombre. Los trabajadores de esta obra completamente irregular construyeron un techo y cerraron el espacio. “En realidad, según nos contó el antiguo dueño, el tejado pertenecía al piso de mi madre”, explican fuentes vecinales.
CARTA DE URBANISMO
Una carta del área de Urbanismo del Ayuntamiento de L’Hospitalet reconoce la irregularidad y obliga a retirar la casa del tejado. Sin embargo, cuatro años después nada ha cambiado. El caso está judicializado, por lo que sus implicadas piden no revelar su identidad.
A una familiar le ha afectado personalmente. Unos meses atrás, las filtraciones habituales de agua de esta suerte de piso convirtieron la escalera en una trampa mortal. “Volé, literalmente, y caí de espaldas con la lumbar”, explica. Hoy aún se recupera de la caída con una rehabilitación en espalda y cervicales. “Se han convertido en una piedra. Cuando camino me duele mucho, también al mirar a un lado”, describe esta persona que pide anonimato.
Los bomberos han acudido dos veces a este edificio con los problemas derivados de las inundaciones. También la Guardia Urbana de la segunda ciudad de Cataluña ha acudido por las quejas vecinales a causa del ruido de la iglesia evangelista. La pandemia, recuerda la mujer, no frenó la asistencia de los creyentes, que vulneraron las restricciones.