Son amigas, pero algunos días se hartan la una de la otra porque hacen planes frecuentemente. Su afición preferida es salir a merendar por la tarde al bar de confianza: un bikini y un suizo, con mucha nata. Acuerdan una hora, que suele ser a las 17:30 horas, y la que vive en el cuarto baja en ascensor hasta el segundo para recoger a su camarada. Entonces emprenden el camino de ida. Se cogen del brazo porque así se acompañan: una apenas oye y la otra ve poco. Carencias de la avanzada edad que suplen entre ellas.

Carmen y Rosa, nombres ficticios para no alterar la tranquila rutina de ambas ancianas, superan los 80 años de edad y viven solas en el centro de Sant Adrià de Besòs. Carmen tiene la compañía de su perro, también mayor, y Rosa convivía con su hijo hasta hace unos meses, pero este falleció. La Navidad la han pasado como la mayoría de sus días: en soledad. Sin embargo, han decidido juntarse el 31 de diciembre para tomarse juntas las uvas.

¿UNA SOLEDAD DECIDIDA?

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas en España. El 72,3% son mujeres. El problema de este grupo no es vivir solo sino sentirse solo.

Las circunstancias que llevaron a las protagonistas de estas líneas a convivir consigo mismas son distintas, pero las condujeron al mismo municipio y a la misma calle con solo dos pisos de altura de diferencia. Cuando Carmen emigró a Barcelona desde Madrid, su ciudad natal, lo hizo con la muerte todavía latente de su marido. Se casaron bien jóvenes, como era habitual hace años, y el hombre falleció ya con una edad avanzada. Un hecho que precipitó la marcha de Carmen de su hogar, convencida por una parte de sus familiares que ya residían en la capital catalana. Lo explica a Metrópoli con algo de pesar en sus palabras: "Me compré este piso y estoy bien, pero allí tenía toda mi vida y también a mis amigas". Lo dejó todo pensando que en Sant Adrià estaría más acompañada por dos de sus hermanos, pero se equivocó. Aunque se ven de vez en cuando y una de sus sobrinas acude una vez por semana a hacer tareas de limpieza, la mujer está sola.

APOYO VECINAL

A veces Carmen llora cuando habla de sus vecinos, sobre todo de los de la puerta de enfrente. Un matrimonio gallego que son su verdadero apoyo: "No sé qué haría sin ellos. Los molesto cada día con mis cosas", lamenta. Cuando llegó a Sant Adrià hace unos seis años no conocía a nadie de la comunidad, pero el roce hace el cariño. Los domingos cocina paella y come en casa de la pareja. La comida es su mejor expresión de agradecimiento: desde croquetas hasta albóndigas, sopas y postres como flanes. Además, la acompañan a cada cita médica, que no son pocas.

Carmen ya tiene 87 años y acarrea problemas de salud. Superó un cáncer de mama hace tres años y las cataratas de los ojos le impiden ver con claridad. La insulina es su mejor aliada, tiene que pinchársela cada día, y no debería comer tanto dulce, pero siente una gran debilidad por la repostería. Ella y también Toby, su perro. Los 16 años de vida del can los ha pasado con Carmen y hablar del animal la pone algo triste: "Ya apenas anda mi Toby, está muy malito". Aunque otros no piensan tan catastróficamente como ella: "El perro sale a pasear cada día y aunque va a su ritmo, camina bien. Come de todo y sube las escaleras perfectamente", dicen sus vecinos, que también pasean a diario a Toby por las tardes y se encargan de llevarlo al veterinario. "Son tal para cual", bromean.

ROSA, SU MEJOR AMIGA

Fue durante estos años de adaptación en Sant Adrià que Carmen conoció a Rosa, la vecina del segundo de 83 años. Por aquel entonces la mujer vivía con su hijo mayor, pero el hombre falleció con 56 años, quedándose sola. Su otro hijo no puede visitarla porque está ingresado en una institución mental y su marido también murió. 

Rosa es de Sant Adrià de toda la vida y cambia su cerrado catalán al castellano para hablar con Carmen. A veces a gritos porque la mujer tiene serios problemas de audición y necesita un sonotone, un aparato que perdió hace poco. "Es un desastre", critica cariñosamente Carmen.

LA NOVELA Y LAS MERIENDAS

Quien las busque las puede encontrar cualquier tarde, antes de las 17:30 horas, en casa de Carmen. Ponen la televisión y sintonizan la novela de TVE. Es fácil adivinar lo que ven porque el volumen es extremadamente alto: se escucha por toda la escalera. Sin embargo, para ellas está bien. 

Cuando el episodio termina, salen a la calle para merendar, aunque en invierno cambian de planes dependiendo de la temperatura: si hace mucho frío, se acercan hasta la churrería de la plaza de la Vila y se llevan los churros con chocolate de vuelta a casa.

FIN DE AÑO JUNTAS

La familia de Carmen la llamó hace unos días para informarla de que la irían a buscar el 31 de diciembre. La intención era llevarse a la anciana a una casa rural, propiedad de sus hermanos, para pasar la Nochevieja, pero ella se ha negado: "No quiero irme porque estoy bien en mi casa con mi perrito", explica a Metrópoli

Rosa, por su parte, no tiene actividades previstas. De ahí el plan: las amigas se juntarán en fin de año para dar la bienvenida al 2024. "A veces no la aguanto y digo que está loca", dice Carmen, pero cuando pasan horas y no la localiza, la anciana se inquieta. "Es que se va y no me avisa". La confianza da asco.