El ‘Pijoaparte’ se resiste a abandonar el Carmel
El Ayuntamiento de Barcelona da vía libre al derribo de las primeras 15 viviendas del total de 295 afectadas por el futuro gran pulmón verde de la ciudad
1 diciembre, 2019 00:00Noticias relacionadas
De haber existido el Pijoaparte, probablemente Custodio se habría cruzado con él. Este hombre de unos sesenta años lleva casi toda su vida en El Carmel. Su familia dejó Andalucía cuando él tenía cinco años para instalarse en este barrio de la periferia barcelonesa, entonces repleto de inmigrantes hacinados en barracas. “Me levantaba cada día a las cuatro de la mañana para ir a buscar agua a la fuente. Se formaban colas de hasta 40 personas”, recuerda este vecino, ahora propietario de una de las casas que flanquean el Turó de la Rovira y que todavía conserva la esencia de esa Barcelona incomunicada que Juan Marsé retrató en su novela Últimas tardes con Teresa. Su vivienda es una de las 295 afectadas por el gran parque de 123 hectáreas proyectado en los Tres Turons.
“Estamos acostumbrados a vivir con esa espada de Damocles sobre la cabeza”, señala con resignación Custodio, que desde hace unos meses colabora con la Plataforma d’Habitatges Afectats dels Tres Turons (PHATT). El proyecto de unificación de los cerros de la Creueta del Coll, la Rovira y el Carmel lleva sobre la mesa del Ayuntamiento desde 1976, cuando fue incluido en el Pla General Metropolità (PGM). Sin embargo, tras varias intentonas y algunas modificaciones, el gobierno municipal de Ada Colau está dispuesto a sacarlo del cajón. En octubre licitó las obras de derribo de los 15 primeros pisos de los casi 300 amenazados. La intención del consistorio es reubicar a las familias en un edificio de nueva construcción que ocupará un solar del barrio de Can Baró.
UN REALOJO QUE NO LLEGA
Uno de los vecinos que podría perder su vivienda en las próximas semanas es Aleix. Este joven lleva 11 años viviendo junto a su pareja Aisha en una de las casetas con vistas privilegiadas a la ciudad que forman la comunidad de Villa Clara, en la calle Mühlberg. Aleix encadenó contratos anuales de alquiler desde el 2009 hasta el 2013, cuando el consistorio compró toda la finca y comunicó a los inquilinos que debían abandonar los pisos. Seis años después, la pareja todavía espera que se concrete su realojo.
En la misma situación se encuentran otros dos vecinos de la misma comunidad, uno de los cuales lleva 33 años residiendo en una de estas pequeñas construcciones esculpidas en la ladera de una colina del Carmel. Su testimonio contrasta con la versión del Ayuntamiento, que defiende que todas las viviendas están oficialmente vacías y que sus antiguos inquilinos ya fueron realojados o indemnizados. “Vamos a resistir hasta que podamos. Nos están echando de nuestras casas cuando podrían estar realojando a las personas que siguen en la calle”, lamenta Aisha y asegura que, además de los arrendatarios originales, también hay al menos otras tres casetas en las que está viviendo gente.
TODA LA VIDA
El run run de la amenaza de derribo ha sido una constante entre los vecinos durante los últimos 40 años. “Esto lleva así toda la vida. La casa de mis padres lleva afectada desde que nací. Era algo que estaba en estado de latencia y con las pasadas elecciones municipales se volvió a relanzar. La principal novedad es que ahora hay actuaciones con fecha inminente”, explica Oscar Sánchez, uno de los portavoces de la PHATT. Tras años de lucha e incertidumbre, sus padres decidieron cortar por lo sano y abandonar el barrio, como tantas familias ya habían hecho antes. Él, sin embargo, decidió quedarse y se instaló en la vivienda junto a su pareja.
“Empezamos a reunirnos con la intención de compartir información. Los inquilinos de las 295 casas afectadas estamos dispersados por una zona muy amplia y cada uno tiene una situación diferente. La idea era poder actuar un poco conjuntamente”, señala Sánchez, que junto a los demás miembros de la plataforma lograron convocar la primera asamblea multitudinaria de vecinos de los Tres Turons. La reunión se saldó con una clara consigna: no pueden haber más derribos. Según defiende la organización, echando abajo edificaciones sin tener definido un uso para el espacio a corto plazo se corre el riesgo de convertir la superficie en un solar más, como los que se crearon en la calle Mühlberg tras el derribo de unas viviendas hace unos años.
200.000 PESETAS
Una de las grandes victorias de esta primera asamblea fue conseguir sentar en la misma mesa a representantes de las tres zonas afectadas. Dolores y Conchi fueron dos de las vecinas del Coll de la Creueta que no faltaron a la cita. Ambas llevan más de 40 años viviendo en dos antiguas barracas, hoy completamente reformadas. “Al menos nos gustaría saber si nos van echar de una vez o no. Estamos siempre con el miedo en el cuerpo”, reconoce Dolores. Esta mujer compró una de las casetas construidas en la calle Morató tas casarse en 1976. “Nos costó unas 200.000 pesetas de la época. Era lo que podíamos pagar en ese momento. Aquí las viviendas eran más económicas porque venían sin contrato y no tenían agua. Tampoco sabíamos que estaban afectadas por el plan. Solo se oían comentarios”, recuerda la vecina, que conserva un documento de 1987 en el que se le notifica la inminente expropiación de los terrenos.
A PRUEBA DE BUNKERS
Asimismo, los vecinos del Turó de la Rovira no solo tienen que convivir con la amenaza del plan urbanístico. En 2012, el gobierno del entonces alcalde de Xavier Trias apostó por una “descentralización del turismo” que desahogara el centro de Barcelona. La medida estrella de este proyecto fue facilitar el acceso a los bunkers del Carmel para que sirvieran de reclamo. La actuación resultó exitosa. Los restos de la antigua batería antiaérea se han convertido en pocos años en una parada obligatoria para observar la capital catalana desde las alturas. Pero el éxito a veces también trae incivismo, y la ubicación privilegiada ahora se ha convertido en un punto de botellón para jóvenes.
La masiva peregrinación hace temer a los vecinos que la vida en el barrio se encarezca. La PHATT, que lo denomina “gentrificación verde”, cree que el boom turístico puede atraer a grandes inversores que elitice el barrio, suban los precios de los alquileres y se expulsen a sus vecinos como ya ha ocurrido en barrios del centro como la Barceloneta.
Pese a las dificultades, algunos vecinos como Ramón no están dispuestos a dar su brazo a torcer. Este hombre de 76 años llegó al Turó de la Rovira junto a su familia desde Navarra cuando tenía solo 12. “Ya he luchado demasiado. En esta casa crecí, me casé y nacieron mis tres hijos. Yo aguanto lo que sea con tal que me dejen quedarme”, sentencia. Ramón -como el recuerdo del Pijoaparte- se resiste a abandonar el Carmel.